Revista Talentos

Leopoldo

Publicado el 27 febrero 2015 por Isabel Topham
Él es Leopoldo. Una gota más del agua y un manjar al recorrer con un suspiro todo mi cuerpo. Una bendición para el tacto y vista de cualquier mujer. Un suspiro de terror cuando su ausencia duele. Un llanto inaudible cuando tengo cerca y el amor perfecto de cualquier persona, platónico y vulnerable. El hombre con el que toda mujer sueña despertarse cada mañana. Sentir su más delicada piel dilatando mis pupilas. Una dulce y amable sensación, y extraño dolor cuando no tengo delante. El sonido de las cuerdas de mi guitarra, al tocarla.
Un cabello de un color bastante reñido entre el rubio y amarillo, entre el negro y el marrón sin llegar a los seis centímetros de alto; ocultando así, sus orejas. A dos centímetros de allí, posee unos pequeños ojos oscuros en donde luce su más tierna mirada, y donde busco la confianza mientras me atisba la inseguridad. Una perfecta y redondita nariz que, no se salga de su perfección habitual y, donde posee un par de lunares en el puente nasal. ¿Su boca? Algo fina y bastante delicada, hipnotizando a todo aquel que pase por delante, marcando dos pequeños hoyuelos de finas líneas en el lado izquierdo de su boca, palpando su mejilla. Un cuerpo lo más perfectamente corpulento pero frágil, al mismo tiempo.
Lo más exageradamente delgado que se pueda concebir en el cuerpo de un hombre corpulento y fuerte. Unos perfectos dedos como quien toca un piano, dentro del blanco natural de su tez. Algo menos pálida y tan suave como la nieve. Sencillamente humano para definir, y mis lágrimas rindiendo homenaje a su nombre, lágrimas con eco que resbalan por mis mejillas para recordarme que no está.
Intento buscar la luz a mis días oscuros, llenos de tristeza. Es imposible con tantas lágrimas de por medio, emborronando cada una de mis recuerdos. Cada detalle que percibo de su cuerpo en mi mente es un segundo más para sonreír. Es explicar el color rosa a quien no lo ve, ¿tú puedes? y sentir la realidad como un hacha en mi espalda, agrandando mis heridas, sin intenciones de soltar el pasado. Ni verlo. Olerlo. Sentirlo. Oscurecer todo los sentidos, y ver a la noche apoderarse del día. El verbo ver de mirar, como mi ganas de llorar por las sonrisas que no pudieron nacer en su tiempo, en lágrimas de colores y felicidad.
Él es Leopoldo. El chico de mis ojos, mi conciencia y corazón. Un motivo más para levantarme, y un motivo menos para irme a la cama.  El Sol de mis días, y la luna de mis noches.

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