Todos hemos sido niños alguna vez. Aunque ya casi ni os acordéis, jijijij...
El caso es que yo me acuerdo de mi infancia bastante bien, y por eso no deja de sorprenderme lo enormemente gilipuertas que podemos llegar a ser con cinco años.
Podemos llamarlo inocencia, o candidez, o bondad, o pureza de alma... yo prefiero llamarlo lerdez.
Todo esto viene a que hoy, comiéndome un gazpacho con huevo duro, jamón y (tachán) aceitunas, le he preguntado al cocinero de la casa que cómo es que le ha dado por ponerle aceitunas al tema. No estaba mal, pero no dejaba de ser extraño... a lo que mi padre me ha respondido, muy serio:
-Al gazpacho se le echa de todo. Que es cordobés, y en Córdoba le ponen aceitunas.
Hmmm... vale que yo sea malagueña y que de cocina no entienda una mierda, pero es la primera vez que veo un gazpacho con aceitunas...en Córdoba o en Cuenca.
Y entonces me han venido a la mente todas aquellas ocasiones en las que yo, de pequeña, le pedía a mi madre que me preparase tortilla francesa para cenar. Pero sin huevo, que el huevo no me gustaba.
Y mi madre que me prometía una tortilla sin huevo, claro. Y yo que me las comí cada noche durante meses.
Qué asco de inocencia, en serio.