Y es que estoy ante un río que debe ser como el Guadiana, porque aparece y desaparece cuando le da la gana. El pareado, de regalo.
A veces ves un gran torrente discurrir por el cauce, ves sus aguas correr, claras, cristalinas, lleno de vida… y cuando te vas a zambullir en él, el río se seca. Desaparece.
Ahora es un riachuelo, un triste hilillo de plata. Ya no hay vida, ya no hay nada. Y piensas que quizás todo el caudal que veías, fuese solamente un espejismo. Quizás lo fuera.
También puede ser que algunos ríos tengan este comportamiento de modo habitual. A veces llenos, a veces secos. Y claro, si te arriesgas a lanzarte cuando el caudal es bajo, te puedes estampar contra el fondo… o no.
Tal vez deba aplicarme otro dicho, que con esto de los ríos el refranero español está que lo tira. Y me refiero a ese que dice “Agua que no has de beber, déjala correr”. Voy a escuchar esta canción, a ver si me va entrando en la cabeza…