Revista Literatura

Leyendas desde la isla de Lancelotto

Publicado el 03 septiembre 2010 por Diebelz

I.
«La tierra es un barco demasiado grande, una mujer demasiado hermosa, una música que no sé tocar», le dijo en un oxidado rincón. Cabeceó con la mirada perdida, mordiendo una duda y le miró otra vez. Rebobiné. Repetí bisbiseando esa frase con un rostro volcado e iluminado por la luz que derraman esas películas a ciertas horas de la noche. «Una música que no sé tocar». Arrugo una duda, inclino la mirada como el protagonista. Muchos contornos que persigo y me persiguen dicen que soy capaz de hacer lo que me proponga, como aquella chica de bata blanca de la cual me despedí y me deseaba que consiguiera lo que me propusiera. Sé que sonreí ocultando la hermana duda que se halla en nuestras sombras porque, sinceramente, soy un ser humano y un ser humano no se puede suicidar con el ego. Sí, mi cosmos no es ilimitado. Y del límite y aquello que soy incapaz de controlar, como los domadores de este circo de espejos, tengo un temor clavado en mis entrañas.II.Estoy a esto de la felicidad plena (indico con el dedo índice y el pulgar un margen de milímetros). Asiento y miro al horizonte. Cabeceo y anclo mis faros en el horizonte.Estoy a esto de la felicidad plena (y mis conductos lacrimales se rebelan contra la gravedad). Quién sabe si alguna vez lo alcanzaré con lo escaso que son mis criterios enumerados. Los individuos rezuman quejas diversas cuando paseo por este pálpito único que es mi vida y no puedo ocultar una sonrisa irónica con el adecuado silencio. Sí, sé que yo también comencé a ver hace poco. Yo era un ciego. 
III.Hay muchos adioses tras nuestras huellas que se borran con la gula del tiempo. Pero, siendo todos únicos, intento no olvidar ninguno. Recuerdo algunos que hice ceremoniosamente, extasiado, inflado de alegría, avispando las esperanzas con los brazos. Y sí, hubo otros más melancólicos, trizados por la tristeza. Esta vez me llevé la despedida a este lugar del cual escribo y lanzo estos rastrojos al mar. Desde aquí añoro mis lugares, mis rostros, mis pasos. Añoro los buenos días que le lanzo a la señora del Ritana; la luz que quema la arena, la luna del mediodía que asombra al despistado; el Bote en el cual surcamos noches entre gracejos y sabias tonterías que arreglan el mundo en nuestros sueños. El incordiar a las inquilinas con Baudelaire y su guitarra, el incordiar al rey de bastos, la búsqueda de una escalera de colores, la carrera pulsada en pausa. 

Leyendas desde la isla de Lancelotto

Caminando y buscando nuevas historias que contar...


IV.Un rumor se balancea bajo mis pies y se distancia, arrastra los pasos hacia el olvido. El sol quema las blancas azoteas de este perenne nido de escasas radiografías vivas. Es posible que extrañe el rugir de mi enjambre, las horas puntas, los semáforos exhibiendo los caminos a los errantes más delirantes. Habrá un griterío que intente imitar la atmósfera familiar en mi nuevo lugar de trabajo, pero sé que quemarán sus cuerdas vocales sin éxito. Habrá incertidumbre, momentos tomados por instantáneas, retos y más retos, idas y venidas, ovillos, rostros, ceños frauduletos y yo y mi trono a cuestas buscando un rincón, un permiso para la ilusión. Seré capaz e incapaz de lograr algunas metas apuntadas sobre la carrera de las agujas. Es justo que sepa tocar algunas canciones y otras no. Es justo que la vida sea injusta para que sea justa. Es justo admitir que «nunca se está del todo acabado cuando hay una buena historia que contar; y alguien a quien contársela».

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