Biblioteca Nacional S04E02. Ajá, Jonathan Franzen otra vez. En la temporada anterior de la B.N.P.D. leímos Las correcciones, esa colosal novela estadounidense (la gran novela "americana") que además es un brutal y potente zarpazo emocional cuyos últimos capítulos son todo un reto para leer sin ponerse a llorar desconsoladamente. A veces continúo recordando pasajes, diálogos, imágenes, y me sigo conmoviendo. A fin de cuentas para eso es el arte, para sentir, o lo es para mí, como descargas de emoción y vida propinadas por un desfibrilador a un corazón moribundo, a una cáscara vacía de alma. Por lo que cuando vimos que estaba Libertad, la novela que Franzen publicó nueve años después, ni corto ni perezoso dijimos "venga pa' acá compadre". Por cierto, este libro lo leí durante todos los putos días en que no tenía luz: leía un poco con la luz del día a mano, luego ya de noche, con una linterna hasta que ésta acabara su carga.
Cuando las típicas webs de ventas de libros o de reseñas literarias hablan de Libertad como la crónica de una familia del midwest estadounidense... Viejo, lo hacen parecer como si fuera una suerte de repetición de Las correcciones, que de seguro también la tienen como la crónica de una familia del midwest estadounidense... Y claro, puede que haya similitudes, pero son diferentes entre sí, no es Jonathan Franzen repitiéndose, hay una suerte de núcleo inasible e inefable que, no obstante las similitudes, hacen que esta lectura sea una experiencia tan única como Las correcciones. O dicho de otra forma, uno no piensa en dicha novela leyendo ésta. Como sea...
Como sea, Libertad es otro ejemplo de cómo escribir una novela que sea tan íntima a la vez que extensa en su magnitud de miras, en su ambición. Abarca mucho y mucho aprieta. Primero que todo, parte de una minuciosa y compleja construcción de variopintos y heterogéneos personajes de todas edades y trasfondos e ideas o ideologías, con sus respectivas genealogías y generaciones, y de cómo la visión del mundo, de sí mismos y de los demás que tienen va cambiando con el paso de los años y de los acontecimientos, siempre debiendo enfrentar ese espejo que tienen en su interior, rehuyendo su mirada o clavando la vista en los ojos de ese reflejo a veces opaco, a veces nítido, o quebrado, o intacto, o sucio, o impoluto, o distorsionado, en fin, espejos que de todas formas van cambiando a medida que la experiencia de la vida se desenvuelve con sus crisis existenciales, sus frustraciones, sus anhelos, los sueños, las decepciones, el amor y el sexo, el maldito reto de convivir en sociedad, en una sociedad tan furtivamente restrictiva, acomodaticia, lista para encadenarte. Porque todo tiene consecuencias, como el manoseado efecto mariposa.
Por otra parte está su punzante y mordaz crítica social, una sátira con exquisita y necesaria mala leche, ese retrato detallado, con nombres y apellidos, no sólo de ese país, USA S.A., sino que de la sociedad occidental y moderna, el famoso e imperante zeitgeist, la era de las ansias y la histeria, del consumo en masa, de las contradicciones inevitables, del capitalismo salvaje, del individualismo feroz e inhumano (siempre he pensado que, de hecho, sí existe un individualismo profundamente generoso y compasivo), de la competitividad psicótica, de la mentalidad de rebaño y de los putos mercados financieros con sus teorías exactas e infalibles que siempre se resuelven solas y para bien de todos y todas. Esta es una novela bastante política, en tanto que la política está mucho más presente en los personajes y en sus vidas, activamente incluso, porque como bien dice su nombre, el elefante en la habitación de cada páginas es la libertad, eso que sobrevuela orgullosa y majestuosamente por sobre nuestras cabezas o se arrastra y serpentea imperceptiblemente por entre nuestras piernas: la libertad de los individuos, de las comunidades, de los mercados financieros, de los países y las democracias, de los políticos; el libre albedrío, la libertad de prensa, la libre regulación del mercado, la autonomía de nuestros representantes parlamentarios, las posibilidades infinitas de los empresarios... Y mucho más, porque, por más que, tal como demuestra esta novela, "libertad" sea una palabra y un concepto fetichizados hasta el cansancio, invariablemente también es algo que está presente en nuestras vidas todos los días, cada minuto, cada momento, pensemos o no al respecto. Puede que para algunos sea más importante proteger y garantizar la libertad de los explotadores para destruir ecosistemas o abusar de trabajadores, o la libertad de la corrupción impune, por sobre la libertad de una persona común y corriente de poder elegir, así a secas, en la medida de cuanto dinero tenga en su cuenta sin importar la gravedad o importancia del asunto (hay gente no lo suficientemente libre de elegir un buen tratamiento médico), pero es que, aunque la libertad esté presente en todo, aunque la libertad sea una entidad cuasi cuatridimensional, ¿se puede definir realmente? Todos pueden ser libres, o no, según cómo se mire.
El caso es que los personajes principales revolotean alrededor de la familia Berglund: Walter, el patriarca, un hombre amable y preocupado por el exceso de población mundial y el efecto de dicho fenómeno en el medioambiente (y por ende, en la calidad de vida de los humanos), que para poder ir tomando acción respecto de sus preocupaciones recurre a métodos cada vez más poco ortodoxos (como codearse con empresarios mineros, que sabemos que son de los peores); su esposa Patty, una neurótica ama de casa en constante lucha consigo misma entre dos extremos de su personalidad, como lo es la competitividad o la desinteresada dedicación a otros, entre más complicados aspectos suyos; el hijo Joey, un ganador nato que piensa que el mundo está hecho para que triunfe a lo grande, un todo vale para quien el fin justifica los medios, y el fin es el lujo, el buen vivir; y Richard Katz, un músico punk amigo del matrimonio Berglund que, también, se pasa la vida en perpetuo conflicto consigo mismo y con cómo el arte y la música pueden ser tan liberadores como la cárcel del consumo masivo, de las exigencias del mainstream. De todas formas, no es que Libertad sea una novela muy sencilla de reseñar o de analizar sin alargarse en exceso. Como digo, la construcción de personajes, ideas, líneas temporales, políticas, etc., es compleja y vasta, y sin embargo amable, legible, precisamente porque todo el torrente de fenómenos, reflexiones y críticas socio-políticas se vive a través de los personajes, todos de carne y hueso, llenos de luces y sombras, matices, imperfectos pero auténticos en su ser.
Y todo escrito con esa adictiva prosa de Franzen, que no es muy estilosa o rimbombante, tampoco particularmente poética, pero que tiene de todo un poco y que logra aunar un tono algo serio, solemne, estudiado, con un aire informal y desprejuiciado, incluso anárquico, muy refrescante y delicioso, hábil en las descripciones tanto como en unos diálogos fluidos, muy naturales y creíbles, y que además, para todo lo que cuenta, en tanto información y acontecimientos y sentimientos y pensamientos (siempre con su curioso toque misterioso e impredecible, caótico, que te invita a seguir y seguir: método en el caos), halla un ritmo ideal y preciso que, como digo, te hace leer como un obseso. Por lo demás, si bien acá el zarpazo emocional no es tan grande (menos mal, ja, ja), uno se encariña genuinamente con los personajes y se emociona con la deriva que llevan sus vidas, a fin de cuentas, son personas que intentan hacerlo lo mejor posible, encontrando gran compañía en la mirada compasiva, comprensiva y sin embargo crítica del autor, como debe ser.
Y eso tenemos, otra gran novela de Jonathan Franzen: Libertad, una experiencia y lectura única que lo confirma como uno de los grandes (vivos) de las letras gringas. De seguro se me quedan muchas cosas en el tintero, pero soy un tipo simple y limitado, y no lo puedo evitar. Por lo menos hice mi parte, la de compartir, y ahora es turno de ustedes, si pueden.
La ficha de préstamos/devoluciones es del mismo modelo que vimos en el de Una vida nueva, de Lucía Berlín, pero se ve un poco más amarillenta, naturalmente, por el paso del tiempo. Además, para qué poner el nombre del lector, de qué sirve, ni siquiera escriben el nombre del lector, es una pérdida de espacio, podrían haber dos columnas o incluso tres en ese espacio. Como sea, desde finales de diciembre del 2011, es decir hace casi catorce años nada menos, Libertad ha sido pedido veinte veces, más de una vez por año, no es mal comienzo. Como es usual, entre el pedido anterior y el mío hay, ya no nos sorprendemos, más de seis años de diferencia. ¿Tanto tiempo estuvo este libro en el librero, durmiendo tranquilo, puede que sin ser observado por nadie? No deja de asombrarme ese aspecto. Es interesante especular que algunas fechas casi consecutivas sean del mismo lector que necesitó de una extensión para terminar esta novela de casi 700 páginas. Como el del 19/01/12 seguido del 23/01/12. O el 30/4/14 al 7/5/4, una semanita más por favor. Porque, desde luego, no todos tienen tanto tiempo libre como yo, que a estas alturas debo considerarme un inútil profesional, un tipo que puede trabajar excelentemente pero al que cada vez más le desagrada este maldito sistema sin alma.