Retala un cuento sufí, orden mística del antigüo islamismo fiel al compromiso del hombre con la sociedad y su tiempo, una historia que trata de reflexionar acerca de qué significa ser humano.
Este cuento nos habla de una tigresa, a punto de dar a luz, que buscaba alimento entre la maleza, cuando vió a lo lejos una manada de ovejas que estaba pastando. Ávida de comida corrió y se lanzó contra las ovejas, logró cazar a una de ellas, con tan mala suerte que el esfuerzo le provocó el parto y la consecuente muerte. Fue así como nació, en medio de un rebaño de ovejas, un precioso tigrecito que al poco se vio rodeado de estos dóciles animales que siguieron haciendo sus cosas cotidianas: pastar, balar, etc. Y sin ningún otro ejemplo o modelo de vida, el tigre creció creyendo que era una oveja más, hasta el punto de que fue adoptado por la manada y empezó a vivir como una oveja, comía pasto y se resignaba a vivir como tal. Un día, un tigre adulto desde la montaña vió este espectáculo, que le pareció horrible, un tigre grandote y fuerte en medio de una manada de 'tontas' ovejas, todos caminando juntos. Aquello era una deshonra para los tigres. Enfurecido el tigre adulto bajó corriendo la ladera de la montaña, se dirigió con bravura hacia las ovejas a lo que éstas respondieron corriendo despavoridas, al igual que lo hiciera el tigrecito que creía ser también una oveja. El tigre adulto mató a una oveja y agarró al tigre jóven con sus fauces para arrastrarlo hasta la orilla de un lago cercano, obligándole a mirarse en el agua. Una vez que éste había reconocido su cara en el agua, el tigre adulto agarró un trozo de la oveja muerta y le obligó a comer, lo que al principio causó repulsión al joven felino, pero que ante la insistencia del tigre adulto transigió y terminó gustándole. Finalmente, el tigre adulto obligó al joven a rugir, para lo que necesitó varios intentos pues le salía más balar que rugir, hasta que fue capaz de emitir un buen rugido de tigre. Para los sufíes ese rugido simboliza el despertar de un ser humano que se da cuenta de quien es en realidad.
Ayer escuchando las declaraciones del ministro de Educación acerca de la necesidad de alcanzar determinada calificación para poder optar al beneficio de una ayuda económica al estudio, me acordé de este cuento. Y lo hice porque considero que es muy posible que haya llegado el día en el que nuestros/as jóvenes (huelga decir que lo hago extensible a todos/as nosotros/as) tienen que dar ese rugido que les devuelva su verdadera identidad, lo que realmente son, la savia más preciada de nuestra sociedad. El día en el que pasen de ser pusílanimes (de alma pequeña) a magnánimos (de alma grande), se reconozcan a sí mismos/as y se den cuenta de que no pueden (podemos) construir su futuro si siguen perteneciendo a una manada dócil, subvencionada y adoctrinada susceptible de ser vilipendiada cuando se le antoje a determinado inepto de turno. Confudir el derecho a la educación con el mercadeo y la meritocracia neoliberalista es, además de imponer la pedagogía de la exclusión, cercenar el futuro de generaciones enteras, y olvidar que en la actualidad el principal activo de los países más desarrollados del mundo es su economía del conocimiento. Mientras el primer mundo invierte en incrementar sus activos intelectuales y en agotar sus reservas de talento universalizando la enseñanza universitaria a todos los estratos sociales, en España estamos dispuestos a ir a contracorriente y a tirar por la borda lustros de esfuerzo.No deja de ser verdad, y desde este blog me he tomado en muchas ocasiones la libertad de denunciarlo, que nuestro sistema educativo es notoriamente mejorable, pero obviar sus logros es tan injusto como estúpido. En educación, hemos pasado en tres décadas del privilegio al derecho, de la exclusión a la inclusión, del elitismo a la igualdad de oportunidades (al menos de inicio), del analfabetismo a la educación universal. Y mientras en el horizonte los compromisos del milenio acordados por la OCDE apuntan a extender la educación obligatoria más allá de los 18 años, es decir, a incluir la etapa universitaria dentro del itinerario académico obligatorio, a nuestro ministro se le ocurre cerrarle las puertas de su formación y de su porvenir a aquellos que no alcancen determinada nota. Definitivamente, hace falta que nos miremos en el agua del lago, nos reconozcamos, y empecemos a tomar conciencia de lo que realmente somos, tigres/as magestuosos/as con un inmenso potencial y futuro, porque de otro modo dificilmente podremos alcanzar la libertad que precisamos para salir de esta dinámica perversa.
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