Hoy le dio por buscar lágrimas en su mesita de noche. Escarba entre la ropa interior, revolviéndolo todo, y con ello, el reloj, los preservativos, las viejas agendas, los cuadernitos... y las encuentra. Es que no le brotaban ya en los ojos y necesitaba saber qué terminaría antes, si el universo con todos sus mundos, o el tiempo dejando en pelotas a todas sus saetas.
Luego va y ya llega Cronos y para acabar de enredarla mete las jodidas saetas del reloj por la rendija del recuerdo, y entonces saca la y empieza a acribillar a los siempres y a todos sus amigos, los jamases, y luego la limpia escrupulosamente y vuelve a dejarla en su sitio, al ladito de la mesita de noche mientras apaga la luz. Ella le pide entonces a su luna que pare toda aquella nada y deje que caigan en el abismo de una infinitud cósmica y pasional con fusión corporal incluida, y que de terminar, (porque todo se acaba un día), lleve por nombre nostalgia, pero sin ventanas con vistas ni balcón al vacío, sino de la mano de un buen mulatón en Varadero o de un marinero como los de oficial y caballero en el puerto de Veracruz.
Y todo ese lío porque tú pretendías que el pasado se borraba, que serías aquel sol indeleble que acariciase mi cuerpo, el lunar que llevo pegadito cerca de la boca, el sueño de mil noches de otoños bajo el calor de una manta. Y yo, que no me iba a quedar atrás, pues el iris en tus ojos, el lunar de una primavera en tu ombligo, la chispa de la leña en la chimenea de tu invierno.
¡Ay! Qué poco imaginativos y aburridos a la larga solemos ser los amantes. Por eso me cansé de ti. La verdad es que le hubiésemos podido echar whisky al asunto u otro alcohol, o una raya de aventura o un poquito hasta de bohemia, pero nos bastaba con eso tan soez de querernos y basta y, haciendo arder juntos bajo las sábanas nuestros propios infiernos, y como un par de chulitos que éramos, hasta sin extintor ni números de emergencia a los que llamar en caso de matarnos a balazos las palabras y las estrellas empañadas con toda su monotonía.
Y luego ya cayó la noche, y por la autopista de la vida, nos fue ya deteniendo algún peaje, y seguimos esa línea discontinua que nos marcan las venas, o le dimos al acelerador siguiendo por otra línea pero ya cada vez más continua.
Al abrir los ojos y despertar, todo estaba sucio, como si la rutina con su desparpajo se hubiese divertido a no pasarle el plumero a la pelusa acumulada en tardes de primavera mordiendo el polvo de los dientes de león.
Maldito Karma dijiste, cuando al besarte te decía con un gesto de la mano izquierda, moviendo la mano en forma de caracolillo, que en otra vida nos veríamos.
- ¿No habrá otra vida, verdad?- preguntaste con un mohín de incertidumbre.
- No lo sé, - respondí- eres tú quien crees en estas cosas, alma de luz...
Caminando bajo este sol que juega al quita y pon como la montaña rusa de las emociones, veo el mantel puesto en aquella mesa en la que nos comimos las perdices de manera precoz en el érase una vez y con pimiento colorín colorao, con una salsa en escabeche, y claro, se nos quedó la felicidad a medias y por terminar, y no logramos cumplir esas promesas, aunque como la mayoría, las nuestras también se parecían a las de un domingo por la tarde para un lunes o a las de un uno de enero y con resaca.
¿Amanecerá de nuevo? - me pregunto. Sí, - me contesto. Pero hace siglos que no por eso ya me levanto más temprano.
Y es que el Mar, cuando lo miro, sigue en su sitio.
La culpa es de cada ola; quien sigue revolcándonos, en cada una y todas sus resacas sin fin.
P.S. Sigo igual. Queriendo, pero es que no llego... Estos putos huesos, me están matando.