Tengo en casa una pequeña libreta que hice en la cárcel. Ahora es un cuadernito ajado, muy sufrido, pero en su día fue la envidia de la tercera sección de Regina Coeli. Varios presos me pidieron que les hiciera una a ellos. Solo hice una para dejársela a Ekezie. Un negrito muy grande (tan grande como inmaduro) que vivió conmigo un tiempo, mientras estaba en la ceda 30.
Tanto esta libreta como un bolígrafo negro venían siempre conmigo. A todos lados. Los levaba metidos en el bolsillo trasero del pantalón. Y lo llevaba allí porque este cuaderno nació con un fin muy determinado. Nació para ayudarme a no olvidar. Nació para ayudarme a contar mi experiencia en la cárcel.
Para ello, lo doté de varias herramientas básicas que lo hacían especial. En la portada tiene un bolsillo, de forma que pudiera guardar allí papeles varios. Desde que salí, llevo ahí los teléfonos, las direcciones y los nombres de los presos que más me ayudaron allí, de los que pidieron mi ayuda y de los que hicieron amistad conmigo.
En la parte trasera, añadí una hoja de cuadritos. Plegada, para que no abulte mucho. Por si algún día tenía que hacer alguna cuenta matemática simple.
La parte de escritura del cuaderno está formada por las hojas que nos daban para escribir. Blocs de una línea, como niños de escuela elemental, divididos en 8 partes iguales. Ese es el tamaño de mi libreta. La mitad de la mitad de una cuartilla.
En la primera línea, con una sola palabra, escribí toda una declaración de intenciones. Blog. Para eso, y solo para eso, se creó este cuaderno. Para no olvidar nada de lo que yo consideraba que se podía contar de allí.
Cada vez que tengo tiempo, cada vez que me siento delante del ordenador a escribir en este blog, lo primero que hago es abrir la libreta y pasar páginas en busca de algún suceso que contaros. Así puedo leer “exnaxi 32”, “séptimo”, “ agua fría (3 semanas)”, “fundas para mechero” y mil quinientas cosas más. Muchas de ellas aún por contaros.
Hoy escribo sobre este cuaderno porque en los últimos días creía haberlo perdido. Pensaba que no lo volvería a encontrar, que me lo había dejado en cualquier lugar que no recordaba. Me apenó mucho. Lo he vuelto a encontrar. Y eso significa haber vuelto a encontrarme a mi mismo durante el pasado verano. Haber vuelto a saber que estos días en los que “dormí desnudo, en cana y esposado, a la intemperie de la multitud, con un ladrón a cada lado” (según Sabina y Páez) no fueron más que una cura de humildad. Un paso más dentro de un proceso tan duro como necesario.