Los amigos de Libreteria han tenido la amabilidad de colgar un post dedicado a mi novela El péndulo de Dios. Desde aquí les doy las gracias por haberse tomado el tiempo y la molestia de escribir estas palabras.
Pincha aquí para acceder al enlace originalJordi Díez: 'El Péndulo de Dios'
Abordé con escepticismo lo que creí, en un principio, otro relato más sobre las reliquias de Jesús, pero enseguida me atrapó y descubrí una novela trepidante que va más allá de todo eso. No hay ni santos griales ni descendientes de María Magdalena. O sí, porque ¿quién es Mariam, además de una esenia bendecida por Yeixú (Jesús) y seguidora de Yuhana (San Juan)? En cualquier caso, a mi juicio, el auténtico leitmotivde esta aventura con personajes históricos tan interesantes como Plinio, El Viejo, es el equilibrio universal entre la Luz y la Oscuridad y el debate interno de los contrarios: El Péndulo de Dios. Otra cosa. Hay quien critica la forma con la que resuelve Jordi Díez esta novela. A mi, particularmente, me dio en qué pensar. Sobre todo porque me cuesta creer en un mundo desesperanzado.
Os dejo un fragmento con el que el autor relata la matanza que las legiones romanas hicieron sobre el pacífico e indefenso pueblo esenio:
"El terror había barrido la sabiduría y la paz de Secacah, dejando en su lugar un amasijo de cuerpos mutilados, una balsa de sangre en la que flotaban vísceras y miembros seccionados por la acción brutal de una espada. Eso era lo que habían hecho con los hombres, así que me temblaron las piernas solo de imaginar qué harían con nosotras. Abandoné mi cueva y corrí a refugiarme con el resto de las mujeres, que gritaban enloquecidas ante la amenaza cada vez más cercana de los quitim. Tuve la serenidad de tirar al vacío las escaleras de acceso a la cueva mayor, pero no sirvió de nada. Aquellos seres trepaban como bestias poseídas por una fuerza maligna que los hacía invencibles y terroríficos. Algunas mujeres prefirieron despeñarse por los acantilados antes de caer en sus manos. Los vimos alcanzar la primera cueva y entrar con las espadas en alto. Escuchamos el ruido húmedo de sus armas contra la carne de nuestras hermanas, pero no tuvimos más tiempo para ver el horrible espectáculo. También llegaron a nuestra cueva. Sus cuerpos manchados por la sangre de sus víctimas, los ojos sanguinolientos y sus piernas descubiertas, fuertes como las de un caballo. Empuñaban lanzas y espadas cortas que mataban en tajos precisos contra el cuello o las piernas. Algunos se entretenían violando cadáveres, mientras el resto continuaba con la matanza. Corrimos al fondo de la cueva, pero esos hijos del Diablo nos siguieron, entraron con nosotras y con los pocos niños que quedaban. Nos encajonaron entre la pared del fondo y sus espadas. Primero mataron a los niños, se los pasaban hasta que uno le clavaba la espada y lo levantaba en el aire para comprobar la resistencia de su cuerpo. El olor a orines se unió al terror, la sangre y los gritos".