A caballo entre la industria editorial y la turística existe el libro de viajes, un subgénero que, como el periodismo, alimenta a miles de escritores malogrados o en ciernes. Estos, supongo, se la pasan tomando cafés irreales bajo carpas reales en cada ciudad del mundo, desdeñando prostitutas, reclutando nativos para que les muestren como se maduran y pudren la cosas, e incluso de vez en cuando se toman el digno trabajo de volarse la tapa de los sesos. Yo quiero imaginar ahora a un improbable escritor de eficientes libros de viaje… para cubanos.
Su principal premisa debería ser derrumbar la falsa idea de que el viaje es un engaño. Más bien debería asumir el viaje como la piedra de toque que probará hasta qué punto el viajante mismo es o no un engaño.
Ryszard Kapuscinski habló en algún lugar de su método de viajero-escritor. Defendía llegar a una aldea africana y despojarse de la mayor cantidad de vínculos y accesorios occidentales que le alejaran de una comprensión minuciosa del universo de estudio.
El gran periodista vivió tras el Telón de Acero el tiempo suficiente para saber que existían capas de realidades; que tras los hermosos ojos de una aseada polaca se ocultaba una habitación obscura, despojada y sin ventilación, con olor a ropa musgosa y sudada a la que hubiese preferido no regresar jamás.
¿Cómo sería un libro de viajes escrito para un cubano atrapado en su archipiélago? El ejercicio del escritor sería arduo, no faltaría un diálogo difícil con su conciencia porque fue educado en un ideal de izquierdas. Sería propiamente un libro para anti-turistas, porque, además, no habría mucha demanda para uno de turistas.
Sería el libro para un viajante, llamémoslo así. Pero qué demonios es un viajante. Bueno, supongo que un hombre que viaja para regresar con algo de peso. He viajado solo una vez fuera de Cuba, y me sentía portador de una obligación. No sé decir exactamente cuál. Como si al regreso me esperara un consejo de ancianos que examinaría con miradas alertas hasta qué punto mi cerebro era resistente frente a las tentaciones de un pueblo fascinante y poderoso. Más que regalos, más que anécdotas, esperaban mi integridad.
Uno siente curiosidad por conocer qué hay del otro lado del mar como mismo de adulto sabe qué hay exactamente entre las piernas de una mujer en tacones, y aun así cree que ahí hay algo maravilloso. Hay una erótica del viaje pensando también en la ansiedad que embargaba a Colón cuando miraba al océano y suspiraba. Nuestro escritor ideal de libros de viajes para cubanos debe situarse en esa curiosidad.
Está por hacerse una colección de estos libros. Imagino textos llenos de tiernas y asombradas apreciaciones. Por ejemplo, si se trata de Berlín: el alivio frente la puntualidad del transporte masivo, el google maps, el descubrir la existencia todavía de zapateros remendones, ver maravillado como un enorme operario, bajo la lluvia, moldea a puro brazo el asfalto caliente de una calle valiéndose de un rodillo. O el indiscreto timbre de alarma que suele activarse en las sex-shops cada vez que entra un usuario. Y que en esas sex-shops se muere gradualmente un empleado. Y que las sex shops tienen algo de provincianas, porque son algo menos y algo más que una tienda. Y que al entrar en ellas uno se siente algo menos -y nunca algo más- que un hombre.
Por ejemplo, en plan de compras, ir a Primark en Alexanderplatz. Allí buscar pulóveres color entero de 2,50 euros y paquetes de medias -para regalar- de ocho pares por apenas 3 euros. Nunca comentar con un alemán que compraste en Primark, te dirá, entre otras cosas terribles, que esos pulóveres son hechos por niños analfabetos de Bangladesh, sin derechos, lanzados a la calle por sus familiares. Los silenciosos y resentidos turcos vestidos de negro, como sombras, que doblan las piezas que la gente deja tirada, te inclinan a darles algo de razón.
No arrojarás tus compras al canal, sólo te preguntarás deteniendo el gesto de llevarte una taza de té a la boca, si la prosperidad se debe sostener necesariamente sobre millones de cuerpos, luego sorberás la infusión y lo olvidarás. ¿Cada loza que pisa tu amigo alemán, cada horrible puerta de metal que abre, es un cadáver que cae? Hace poco un amigo extranjero me dijo que el problema de las islas, era que estaban condenadas a comerse su propia mierda.
Sería un best-seller diarreico el libro de viaje para el emigrante cubano que atraviesa la ruta centroamericana hacia USA, o la fascinante y terrible vía rusa hacia Alaska por el estrecho de Bering. ¡Cómo no se le ha ocurrido a nadie antes!
Tomado de https://eltoque.com/blog/libros-de-viajes-para-cubanos