Life is live, de Opus (1984).
And you call when it's over You call it should last Every minute of the future Is a memory of the past Cause we all gave the power We all gave the best And everyone gave everything And every song everybody sang: Life is live!
Despertar con las pesadillas truncadas, con el grito apagado que revoloteó en la noche cuando pedía auxilio a alguien que se hallaba a cientos de kilómetros de mí. Tomar el café mientras un rumor de pantalla cavilaba si el mundo se desmembraba en números infinitos y definiciones cacofónicas. Rostros taciturnos que apago y subo a la azotea para descolgar el dulce sueño de mis prendas mientras se esconden los colores que deseo hoy, en un día apagado con aulas que obtuvieron el asilo de la calma por un día. Desprendo mis pasos y los tres -de sitios tan dispares- rodamos por la isla en búsqueda de la calma con la música de Extremoduro que me alumbra recuerdos. Delante hablan. Atrás pienso mientras contemplo la sed del ocre paisaje. Buscamos en este páramo de tierra volcánica un lugar para diversos pretextos: uno para calmar la resaca, otro para injuriar la soledad y yo para olvidar las pesadillas. Allí, justo allí, frente al mar, porque sé que el serpenteo de sus rizos de espuma me hablan, espantan al silencio. Ahí nos acostamos y como primos hablamos de viajes, preocupaciones, de cambiar el mundo para mejor, de lugares idóneos para vivir, de anécdotas. Soy yo el más distante, que a veces salpica sonrisas y unta sus edificios de palabras con la argamasa de mis humildes cortezas de vida. Cierro los ojos y el sol me limpia la insoportable aspereza de estos días de carreras, apuntes, preparaciones y preocupaciones, de insomnios.
Frente al mar, tomándome una de cebada y olvidando pesadillas.
Comemos bocados suculentos en un asturiano y me llaman esas dudas que me sierran las entrañas. En otro idioma mi semblante rueda por la cuesta de la desesperación y suspiro al colgar con parsimonia. Caemos en la playa, me desnudo las incógnitas, las agujas de los relojes. En el agua, glaseado con salitre, soy fuerte. Lanzo un croll, nado como queriendo huir de todo, sentirme como siempre, mejor, lejos, ágil, con los pulmones sincronizados, retando todo, a todos. Frescura, elevo la vista, sí, una isla en el horizonte. Pero al salir noto la flaqueza. Estoy roto. Muerdo. Me hundo. Quisiera desaparecer. Dar un giro. Desaparecer. Pero, qué jodida palabra, quizás la más horrible de todo el diccionario. No quiero peros pero los hay esos peros cacofónicos, abyectos que siempre me hunden. Tanteo los pasos. Las olas caen bajo mis talones. Nos juntamos para secarnos con el sol escondiéndose entre las cálidas nubes. Gracejos, discursos, anécdotas. No paramos de hablar (sobre todo él, que no para). Y ya por último nos tomamos un café con hielo de camino a casa. Otra playa, una terraza. Los niños ladran alegrías, las parejas se acurrucan entre las sillas y nosotros comenzamos a discutir con mayores ansias sobre cómo se encuentra este pedazo de tierra -el globo, matizo yo, que pienso más allá de las fronteras-, de cómo podríamos salvar el mundo, de cómo coincidimos en unas cosas y nos disgregamos, nos alejamos en otras. Al final cae un atardecer. ¿Qué hora es? Nunca llevo reloj. Nunca lo llevaré. Pero creo que es tarde y nos desmigamos en la ciudad hasta mañana. Y en casa me agobian las tareas. Me veo en el espejo. ¡Me he quemado! ¿Tendré tiempo mañana si madrugo algo? Sí, mañana tengo muchas carreras, mañana tengo reuniones, rostros de viejos conocidos, rostros cotidianos, rostros nuevos y al final, en la penumbra, el zumbido metálico buscándote para calmar también tu soledad, cubrir tus heridas milenarias con mis tiritas de sonrisas. Mañana habrá que seguir como hoy, porque, aunque a veces nos cuesta (y mucho), no podemos dejar de oír que life is live