Foto: Elena Pardo
Las canciones de Lila Downs son un muestrario de la gente que sólo tiene cabida en las biografías pequeñas, como los mexicanos que cruzaban la frontera para cambiar una pobreza por otra —«Nada importa saber adónde van y de dónde vienen; lo necesario es caminar, caminar siempre, no estacionarse jamás», escribió el mexicano Mariano Azuela en Los de abajo; también caben las chamanas y las curanderas, las zapatistas silenciadas y hechas invisibles, las cantoras que acompañaban las borracheras en las cantinas: Todas las mujeres que a pesar de tenerlo todo en contra, sonríen.
Foto: Elena Pardo
Con 23 años comprendió que la música no sólo era un canal, sino un mensaje en sí mismo que podía hacer llegar a cualquier parte del planeta. Acompañada por instrumentos folk indígenas, Lila fusiona las figuras del jazz, el gospel y el hip hop con cumbias tradicionales para recuperar el canto de la herida de continente donde nació, lleno de oro y con los pies manchados de sangre de los charcos en la arena.Cuando aparece en el escenario da la sensación de que de un momento a otro va a empezar una ceremonia mágico-religiosa en la que al dejar que salga lo que tiene que salir de la garganta las nubes anegaran el cielo justo encima de una hoguera en la que dos mundos se dan la mano y desmitifican la frontera entre civilización y barbarie.
Salir de la calle y entrar en un mundo de espíritus y sonidos de poso antiguo. A eso se parece la magia.