Lima
El recuerdo del último atraco en Lima me perseguía. Los gritos, la muerte de los ancianos, la traición al repartir el botín, el asesinato de mis secuaces, el ruego de Emily por su vida, mi mesianismo al perdonarla. Pase algunos años peregrinando por el mundo buscando un lugar seguro, intentando escapar de esos fantasmas infalibles, trataba de mentirme, al pasar ciertos límites ya ningún lugar nos puede proteger de nosotros mismos.La llegada de la primavera se hizo esperar, Buenos Aires estaba cubierta de una neblina gris. Emperrado con mi vida, pasaba tardes completas tomando mate en mi departamento, esperando la justicia. En completo silencio, pensaba desordenadamente en la muerte, la inmediatez y en las imperfecciones que había dejado al poner enduido en la pared. Una noche de esas, no recuerdo si martes o miércoles ( quien pudiera diferenciarlos) sentí un impulso extraño de salir del letargo que llevaba meses, necesitaba respirar, ver personas, quien sabe si afuera aguardaban aventuras, alguna manera de redención. Caminé por Avenida de los Incas rodeado de los caserones imponentes de Belgrano R . Paré en una plazoleta cerca de la estación. Siempre tuve debilidad por las mujeres que fuman lento,pero Ana, además, es hermosa.
Nadie, pienso, puede resistirse a la desnudez de las piernas de una mujer, sobre todo si es alta. Sin miedo a incomodarla, le medio-sonreí (mis dientes no eran la mejor carta de presentación) pedí un cigarrillo y me acomode el poco pelo para demostrar interés, a Ana parecía no importarle otra cosa que su cabellera blonda.
-No se me acerque, soy la desgracia, la desilusión ,la pena.
-Yo tampoco soy un primer premio (respondí entre risueño y apesadumbrado). Me llamo Andrés.
La sonrisa en el rostro pálido fue la llave de entrada, cada uno de sus movimientos parecía preparado para que mi mirada no pierda detalle, su vestido la camuflaba entre las enredaderas. Amagué a tomar el camino fácil, el de la banalidad, la charla sobre el clima, sobre las verjas inexpugnables de las casas, sobre los dueños de perros que no se hacían cargo de las heces, la rubia, con buen tino, me lo impidió.
-El amor de mi vida me ha dejado. No tengo a nadie aquí ni en ningún lado.
-Eso le pasa a todo el mundo, es inexorable, el amor es algo volátil, no puede durar, no debe durar. Siempre podemos enamorarnos otra vez.
Guiñe el ojo cual pervertido, avergonzado, seguí con el discurso, intentando hacerme el boludo mirando a un infinito imaginario
- La noche nos mimetiza, nos apaña. Esa capacidad la hace maravillosa.Sin embargo no borra heridas, eso tal vez está bien ¿porque algo tan bello y tan grande debería ocuparse de nuestras miserias?
Ana pareció morder el anzuelo del palabrerío barato. Apagó el cigarrillo en el momento justo, para evitar fumarse hasta el filtro.
-Era su musa, filmamos miles de películas. ¿Está seguro que no me conoce? Mire bien
Negué todo deseando decir que sí.
-Bah, ya nadie me conoce. Por eso él se fue, por eso y porque conoció a otra más joven, más bella, que daba mejor en cámara.
Iba a interrumpirla para alabar su belleza, pero venía embalada.
-Ah pero no se la ve venir, ya verá cuando llegue a su casa y su muchachita no esté. Cuando la busque , cuando llore por ella, cuando no imagine que la tengo enjaulada en un altillo a merced de lo que me dé la gana.
Angelina era la chica del momento, casi ninguna película mala se privaba de que la protagonice. Los diarios daban cinco estrellas a todos los films. Un gordo pelado apareció detrás de un arbusto.
-Disculpen, ¿Donde entran dos caben tres no?
El gordo tiene pinta de roñoso, camisa desabotonada, aro en la oreja derecha, un ojo algo chanfleado. Sacó un revólver y me encaró.
- Que chico es el mundo, yo que ya me había aburrido de buscarte.
El pelado Barbosa era un veterano del hampa. Me sorprendió encontrarlo allí, su negocio es regentear mujeres para tipos importantes. Es extraño que estuviera en ese lugar en ese momento, tal vez un cliente le había encargado más que una mujer,tal vez le había encargado mi cabeza, tal vez sólo está dando un paseo en busca de diversión. No tengo tiempo de pensar demasiado, el pelado mueve el cañon con ganas de gatillar.
-No tengas miedo, soy un hombre de negocios como sabrás.
-No tengo miedo, mi vida vale una mierda, los que temen por su vida es porque viven con miedo, con el deseo latente de morir, esperando que pase algo que sea una excusa para justificar porque son infelices.
-Te pusiste insoportable desde que te entró esa falsa melancolía, siempre que querés una mina te ponés a recitar frases vacías, de borracho de bar
La rubia prendió otro cigarrillo.
-Van a tardar mucho? estoy angustiada, no me interesa su escaramuza, etcetera
Largó mucho humo en la cara del pelado, que arremetió con violencia
-Cerrá el pico ,
Lejos de callarse, Ana se acomodó los breteles y siguió.
- A ver, usted no lo va a matar, quiere algo de él. Este tipo no tiene apego por nada, lo que pida se lo dará, él solo quiere coger conmigo, cosa que no va a pasar porque cuando estoy angustiada no cojo, tal vez hago el amor pero no cojo. No veo conflicto, entonces aprovecho para decirles que la unica que tiene un problema real, serio soy yo. Por si usted, Barbosa, no escuchó, mi hombre me dejó y tengo secuestrada a una mujer, asi que si me permiten, me retiro.
-Vos no te vas a ninguna parte, la reputa que te parió.
Barbosa le encajó un tiro en la pierna derecha, marcar así un cuerpo tan hermoso debe ser el crimen más grande de la vida del pelado. Amagué a ir en su auxilio pero rápido de reflejos me apuntó con la máquina.
- Epa, quieto. Ahora que nos dejamos de joder sigamos con el business. La rubia tiene algo que me pertenece, Angelina.
El pelado se rascó la cabeza. La rubia perdía la sangre justa para aguantar consciente.
-Podría matar a la rubia, tomar a Angelina y todos contentos. Pero ya te dije que soy un hombre de negocios. Estoy dispuesto a dejar viva a la rubia por una tajada de lo que robaste en Lima. Vos decidís.
El aire se aliviano, tuve que soportar sin verla la mirada ganadora de Barbosa, me concentré en las lágrimas lentas y suplicantes de la rubia. Respiré hondo, luego todo pasó demasiado rápido, caí en una especie de lapsus. Cuando me quise dar cuenta ya empezaba a clarear y estaba sentando en mi sillón estaba en casa contando uno por uno los billetes limeños para asegurarme de que estuvieran sanos y salvos.