Revista Talentos

Limones y limonadas

Publicado el 15 marzo 2015 por Aidadelpozo
  • - Es difícil hacerse una naranjada con limones y una limonada con naranjas.
  • - Ciertamente- sonreí.
  • - ¿Entonces?
  • - Limonada- afirmé con rotundidad. Cogí su cara con ambas manos y le besé.

Se extrañó por mi comportamiento cariñoso pues yo no solía besarle. Se quejaba de mi frialdad. "Si alguna vez recibiera un beso tuyo con pasión, sería el hombre más feliz del mundo." Aquel beso era de amor, no había nada de pasión en él. ¿ Para qué tanta pasión, me dije cuando cogí su cara y deposité ese beso en sus labios, si realmente es el amor lo que cuenta? S abe lo que siento por él. Tiene que saberlo.

Siempre le dije que podía hacer el amor con otras mujeres, pues sabía bien sus circunstancias aunque jamás le hablé abiertamente de las mías. Él siempre me repetía que conmigo le bastaba. Yo me equivoqué al ocultar cómo era y cómo me sentía pues temía que no fuera capaz de entenderme. No quería perderlo. Ya una vez se enfadó mucho conmigo cuando le conté el mundo que había descubierto con un amante que tuve unos meses antes de conocerle a él. No estaba especialmente dotado físicamente pero me complacía bien. Fue hablarle de aquel hombre y enfureció. Me dijo que no me vería más, que dolía demasiado saber que otro hombre me había disfrutado y dado placer, que quería ser el mejor, el único, irrepetible... Y lo era, por supuesto que lo era. Lo que lloré aquel día, al sentir que le iba a perder. Por eso decidí callar cuando regresó. Me equivoqué al ocultarle mi modo de ver la vida. Yo no podía prometer fidelidad de cuerpo y, por tanto, no podía exigir esa misma fidelidad. En cuanto a la fidelidad de corazón, nunca hablamos de ella ni de futuro, pero esa clase de fidelidad la tenía desde la primera vez que estuvimos en aquel hotel. Había pasado ya tiempo de aquel día y para mí siempre era como la primera vez. Cuando subía las escaleras de la estación de metro de Sol y ahí estaba él, esperándome, era como si una bocanada de aire fresco llenara mis pulmones.

En aquella ocasión después de darnos placer, nos tumbamos en la cama y nos abrazamos. Comencé a hablarle de muchas cosas, tonterías cotidianas, conversaciones con mis compañeros, series de televisión que veía con mi hija. Y acabamos hablando de limones y limonadas.

  • - Vendes caros tus besos.
  • - Este te lo vendo por otro orgasmo- Sonreí maliciosamente.
  • - Tócame primero, siente cómo te deseo.

Su miembro esta erecto y él respondió a mis caricias jadeando. Cerró los ojos y exhaló por esa pequeña y singular nariz que tenía. Unos segundos después bajé y besé su sexo. Jadeó más fuerte pidiéndome más. Minutos más tarde estalló. Se incorporó y me pidió que me tumbara.

  • - Lo mejor para hacer limonada son los limones que la vida nos da- dijo.
  • - Pues nuestras vidas están llenas de limones, mi amor- sentencié.
  • - Decenas de ellos.
  • - Cientos- corregí.
  • - Miles- sonrió y bajó hasta el borde de la cama-. Ábrete para mí.
  • - Millones- Jadeé.
  • - ¿Hablamos de limones o de qué?
  • - De estrellas ahora...- Su barba me hacía cosquillas. La barba de un lobo blanco maravilloso.
  • - Eres mi mundo lleno de estrellas- comentó.

Paró justo en el momento más sublime, retardando la llegada de mi orgasmo. Esas estrellas que llevaba en su lengua, ese mundo que decía que yo era para él, estaban en sus ojos y mi placer en su boca. ¡Dios, cómo le amaba! ¿Por qué entonces yo seguía siendo como era? ¿Por qué él no había tenido el poder de curarme?

  • - Sigue...
  • - ¿Te gusta?
  • - ...Mmmmmm.... me encanta- Gemí. Gocé. Sentí.
  • - Eres maravillosa.
  • - No lo soy- corregí, mientras arqueaba mi espalda y mil colores en forma de estrellas se paseaban por mis ojos cerrados- NO-LO-SOY.
  • - Y rotunda. Yo sé cómo eres. Y te digo que eres maravillosa.

La cabeza comenzó a darme vueltas. Él me decía que era maravillosa, que sabía como era yo. Si yo misma no sabía como era, ¿cómo él era capaz de haberme encontrado? ¿Cómo estaba tan seguro de lo que hablaba? Había rotundidad en sus palabras. No, repetí en mi interior, no puede ser que tenga razón y que yo sea una persona maravillosa. Le miré a los ojos y me devolvió el brillo del cristalino convencimiento. Una gran sonrisa por haberme arrancado placer infinito, sembraba su cara.

  • - ¿Recuerdas cuando te decía que quiero tu corazón pero no soy tan drástica cuando hablo de tu cuerpo? ¿Y la cara que pongo cuando hablamos de otros temas, cuando me hablas de la falsa moralidad y de convencionalismos impuestos por la sociedad?
  • - Si, ¿por...?- preguntó inquieto.
  • - No, por nada... lo acababa de recordar.
  • - Tu cabecita pensando... Miedo me das.
  • - ¿Me amas?
  • - Daría la vida por ti y lo sabes. Estaremos juntos la eternidad y...
  • - ... también lo sé-Sonreí-. Entonces... ¿Prometes no olvidar estas palabras jamás, pase lo que pase entre nosotros?
  • - Lo prometo.
  • - Anda, sube, que quiero darte un achuchón- Le pedí.

Se acurrucó entre mis brazos y, de no haber sido porque eran casi las siete y yo debía regresar a mi casa, se habría quedado dormido. Aquel grandullón de barba y pelo blancos parecía un niño sobre mi regazo. Mentiría si dijera que me sentía bien. Pues no era así como me sentía, sino mucho mejor que bien. Me sentía plena, hermosa, libre, feliz, mujer... Aun con nuestros limones y limonadas, aquel hombre me hacía sentir la mujer más deseable del universo.

LIMONES Y LIMONADAS

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