Con un secador de cabello suavizo su piel. Y rastreo cada parte del cuerpo, husmeando espacios, sintiendo pedazo a pedazo la rigidez de las extremidades. Al llegar al rostro, sus ojos plenos de aureolas parecían grietas moradas. Esquivaban ciertas rajaduras que asomaban insolentes entre los pliegues de la masa. Quito uno a uno plumas, hojas, arenilla brillante que resbalaban por el sesgo de sus axilas.
Pienso que cada parte de esa entidad es única, pero está marcada por la pasividad de los tiempos. Está mermada por la circunstancia disoluta del universo. Donde se unifican sus miembros y debo descuajarlos para organizar sus partes de la mejor manera posible. No es algo simple porque debo hacerlo con absoluta armonía y ablución. De tal manera, que quepan como fusionados pulcramente. Soy algo maniático en mi trabajo y no me gusta la liviandad en situaciones extremas. El agua corre por las partes seccionadas y veo que quedan exactas en la caja. Al terminar llamo a un par de encargados y les digo que lo lleven al arenal de Condevilla, donde llegan los basurales. Me saco los guantes y me lavo las manos cuidadosamente. Y al cruzar la puerta respiro la pureza del aire y sonrío.