Padres e hijos. La paternidad de Zambra lo lleva a reflexionar sobre él mismo como padre y sobre él como hijo, es decir sobre su propio padre siendo un padre, siendo el padre que tuvo.Literatura infantil es un libro de difícil definición (no es que sea necesario "definirla"): es la tan en boga no-ficción, es también ensayo, es hasta cierto punto narrativa (cuentos sobre hechos reales o la realidad hecha cuento, pero cuentos al fin y al cabo), es género epistolar, un poco de autobiografía. Es, por sobre todo, una carta al hijo (parte I) y una carta al padre (parte II).Acá tenemos pensamientos y reflexiones e ideas sobre crianza, sobre el arte, sobre la literatura, sobre fútbol, sobre política, es también, fundamentalmente, una especie de diario. La verdad no me quiero extender mucho, la gracia de este libro radica en su elocuente sencillez, en la amplitud que puede abarcar a partir de dos o tres elementos base, como si la vida fuera un rama extendiéndose infinitamente en multitud de otras ramas más pequeñas (o como si fuera una grieta ramificándose perpetuamente), es decir en la lucidez con que Zambra nos comparte todo lo que tenga relación con la paternidad, además de su ya conocida prosa, siempre ágil, ingeniosa y sutil, pero también mordaz, en donde confluye lo solemne y el humor más educadamente rabioso.La primera parte, que es en la que de forma más clara y decidida Zambra mezcla un diario ensayístico (por así decirlo), se centra casi exclusivamente en cómo su vida va cambiando a medida que su hijo nace y crece y se transforma en esa persona que pasa a ser su sol, su centro gravitatorio. Una primera parte muy bella, muy conmovedora y emocionante, pero para nada cursi; Zambra escribe con una distanciada y jocosa honestidad, sin esconder su amor por su hijo (obviamente) y de hecho demostrando cómo este nuevo amor le permite ver el mundo con una nueva mirada, como si él mismo hubiera nacido de nuevo y estuviera, así como lo hacen los bebés o los cachorros que llegan a su nuevo hogar adoptivo, descubriendo nuevos rincones y colores y superficies y matices de luz, sólo que, siendo un adulto, Zambra también (re)descubre libros, películas, arte, en fin, ya se imaginan, con esa nueva mirada inspirada por la inocencia infantil de su hijo.En la segunda parte ya veremos cuentos (o ensayos, como dice el autor, que de todas formas parecen ser hechos verídicos si entendí bien), artículos y todo eso, que se centran, sin dejar de lado a su hijo (sin dejar de lado esta relación padre-hijo), en el padre de Zambra y en la relación, con sus altos y bajos, que tuvieron en distintas etapas de la vida: niñez, adolescencia, la primera adultez en la universidad y así... Debo decir que, aunque esta segunda parte sigue teniendo la misma calidad que la primera, me mosquea un poco ese tonito casi de autoayuda y tan aleccionador sobre eso de perdonar o comprender a los padres, "que nadie les enseñó a ser padres" y esa clase de falacias (razón por la cual me gustó tanto El almanaque de mi padre, de Jiro Taniguchi -comentado hace poco-, precisamente porque prescinde de dichos lugares comunes aunque, en esencia, tenga una premisa similar: un hijo que, rememorando y reflexionando, consigue quedar en paz con la figura de su padre). Si su paternidad le sirvió para comprender a su propio padre en los múltiples recuerdos que fue reviviendo literariamente, fantástico, maravilloso por él, pero eso de generalizar a partir de un caso tan particular... no sé, me mosquea sobremanera. A fin de cuentas tampoco es que, por lo que cuenta, haya sido una relación tan terrible: hasta donde veo, por ejemplo, Zambra pudo estudiar lo que quiso, pudo desarrollar tempranamente sus intereses, pudo independizarse pronto, todo lo cual le permitió (le permite) vivir de lo que ama; no lo obligaron a estudiar algo que no quería estudiar, no minimizaban ni se burlaban de sus intereses, no lo trataban como un empleado esclavo, no eluden sus propios errores y defectos intentando achacarlos a su propio hijo, no se limpiaban el culo con el bienestar básico de su hijo para satisfacer caprichos propios... Demonios, a quién no le habría gustado tener unos padres como los de Zambra. ¿Que no tenían las mismas afinidades y que no se comunicaban tanto como, no lo sé, "otros padres e hijos", los padres e hijos de las películas? Minucias, hay pecados peores; al menos no torpedearon su vida.Como sea, y ya para no alargarme más (qué más es nuevo, ja, ja), creo que va quedando claro qué propone y logra, con excelentes resultados, Zambra en Literatura infantil. Para quienes sean padres o madres imagino que podrán disfrutar aún más este libro, al comprender de manera más fidedigna la dicha de tener descendencia. Y para quienes no tengan, qué demonios, tienen entre manos un libro sumamente lindo, bien escrito y repleto de comentarios, ideas y pensamientos dignas de anotar y que abarcan más allá de la paternidad. Es una apuesta segura, en mi opinión.
Tan sólo dos préstamos en dos o tres meses de presencia bibliometrusca. Vaya milagro que los dos timbres estén prolijamente marcados, ¿no? Ignoro si hay más ejemplares pero podría ser. Seguiremos con Zambra, eso es seguro.