A Borja de Diego ( @ogeid66 )
La navidad llega como siempre, con música.
La escasa —e inexorable— separación entre las filas de los asientos del auditorio López Torres nos hacer permanecer vivos y conscientes de los ímprobos, y necesarios en éste caso, esfuerzos de los místicos por abandonar el cuerpo.
Los chiquillos cantan y tocan instrumentos, los profesores dirigen y los padres graban vídeos y hacen fotos. Se puede observar, si te fijas prevenido lector en los visores de las grabadoras de imágenes, cómo los progenitores hacen vertiginosos zoomes hasta encuadrar la cara de su vástago en «primerísimos primeros planos». No creo haber visto tanta cámara de vídeo junta y rodando cómo en los las anuales audiciones de navidad que organiza el conservatorio local. Tal vez sería digno de glosar, tras diez o doce años de ineludible asistencia al acto, el encogimiento sufrido por ésos chismes videográficos. Pero lo dejaremos para mejor ocasión.
Sobre el escenario hay adornos hechos a partir del modelado de una suerte de mangueras transparentes con lucecitas dentro. Renos, campanas, etcétera, con diseños nada figurativos. Casualmente del mismo material y con parecidas formas que los adornos que, para estas pías fechas, alegremente decoran la fachada del director del musical liceo. Si algo sale bien ¿para qué cambiar?
Hay un error en el orden de actuación con respecto al programa que nos han repartido. En el lugar que ocupa la anunciada «Big Band», intuyo que tocará la «Banda Juvenil» dado el número de sillas y atriles que colocan, la gran cantidad de músicos que salen al escenario y la observación de instrumentos como trompas, tubas y bombardinos, que un servidor no asocia con una banda de la Louisiana. Una señora (coetánea pero ya señora de mediana edad ¿quién lo diría?) sentada a mi lado le repite a su marido conforme va aumentando el número de intérpretes en el escenario:
—Chico, que big band más grande.
—Claro chica, el mismo nombre lo dice: big band.
El evento (he usado el palabro, vaya por dios, a la que te descuidas se cuela) fue transcurriendo, padres y abuelos que se levantan y abandonan la sala una vez que su músico ha actuado; maridos que hablan a sus esposas intentando que su voz resuene por encima de la música y caras iluminadas desde abajo por aparatos electrónicos y con aspecto aterrador. Por fin llega la esperada «Orquesta de cámara del conservatorio de Tomelloso» que realiza una magistral interpretación, destacando el virtuosismo de Marisa, a la sazón la mejor violinista del mundo.
Nos esperamos al final del concierto y comprobamos, felizmente, que los miembros del «Grupo de trompas» también tienen familia.
Ha llegado la navidad, cómo cada año con música. Ya solo falta que George Bailey sea capaz de conseguirle las alas al bueno de Clarence, mientras patea Bedford Falls (o Potersville, que nunca se sabe). Y que Chencho vea a su familia buscándolo en la tele.