En el barrio solía decirse que Julia era una muchacha por demás extraña. Tenía la habilidad de poder captar con rapidez todos los matices de un asunto en concreto, desde la solución a un problema matemático difícil, hasta la explicación de cualquier tontería que sucedía en la comunidad. La apodaban LLirrce. Era alta, delgada, de corta cabellera, rasgos tenues; y ojos demasiado grandes que le permitían captar la realidad, absorberla sin parpadear. La gente del lugar solía acudir a ella pare pedirle consejos sobre diferentes asuntos; desde un problema familiar hasta la explicación sobre el origen de la vida. Una tarde, luego de la celebración de las fiestas del pueblo, la gente se vió sorprendida por la llegada de un extraño. Era un hombre de mediana edad, de apariencia prolija que caminaba por las calles, con mirada inquisidora, aunque apacible. Siempre llevaba consigo un libro que sobresalía del bolsillo de la chaqueta. Por las tardes se sentaba en el único café del barrio, escogía una esquina lúgubre donde apenas llegaba la luz. No buscaba la compañía de nadie. Apenas hablaba, sólo usaba palabras justas para hacer su pedido. Intrigaba a la gente que no se atrevía a iniciar ningún tipo de conversación con él. El ritual se repetía día tras día. La gente del lugar decidió a acudir a Llirrce para que diera su opinión sobre el nuevo visitante; querían saber si se quedaría por más tiempo, cuál era su ocupación, su nombre. Ella pensó que era una tontería, que no era capaz de captar la intencionalidad de las personas, y menos aún su personalidad, su perspicacia sólo llegaba a los sucesos o a la realidad misma.-Pero las personas son las que creamos la realidad- dijo una mujer. Entonces fue que resolvió a ir al café. Cuando entró, la atmósfera se volvió densa, podía sentirse al respirar. Ella se dirigió hacia la mesa donde estaba sentado el hombre. Pudo ver el libro sobre ella de donde sobresalía un papel que le llamó la atención. Dudó si sería conveniente acercarse más al hombre para ver mejor el papel, temía que él la intimidara, aunque decidió salir de la incertidumbre. Al acercarse centró la vista en él, pudo distinguir una lista de nombres en una letra desprolija. Leyó el primero y de inmediato desvió la dirección de su mirada hacia la del hombre, pero ella se dio cuenta que no era necesaria su perspicacia ante lo evidente.