Revista Talentos

Lluvia de ideas

Publicado el 23 julio 2015 por Isabel Topham
Llevaba mucho tiempo encerrado en su cuarto, aunque de vez en cuando salía y se iba a dar una vuelta solo o con sus amigos. Le gustaba escribir, pero llevaba mucho tiempo sin poder hacerlo. Su única manera de vencer a la soledad era dibujando cientos de letras en el blanco papel, y su única manera de ganar al miedo era publicándolo. Muchos, le tachaban de creído y de ser superior; pero, lo cierto, tenía la moral por los suelos. Tenía pocos amigos, pero sabía perfectamente que podía contar con ellos para lo que hiciera falta. Aunque, a decir verdad, tampoco es que fuese alguien que se abriera demasiado. Era alguien tímido, callado, y algo raro. No le gustaba mucho hablar, y cuando lo hacía se ponía muy nervioso. Tampoco padecía ninguna enfermedad, ni se le diagnosticó nada. Era alguien normal, pero con unos gustos peculiares.
Una noche, se decidió subir al tejado de su casa, a ver las estrellas y pasar más tiempo con su familia. Se reunían allí arriba, todas las noches. Estaban sentados en las sillas de los pueblos que eran a su vez muy cómodas y se podían plegar para transportarlas de un lugar a otro sin mucha dificultad. Hablándose entre ellos, y con todos al mismo tiempo, de sus cosas, de cómo les había ido el día y de las hazañas que habían hecho… y, alguna que otra vez alzaban el brazo y se señalaban entre dos personas alguna constelación. Ninguno de ellos tenía idea alguna de astronomía, pero sí curiosidad e interés en conocerla algún día. Por el momento, sólo veían en ella la excusa perfecta de reunirse todos juntos. Todos estaban felices, y visto desde fuera, parecía una escena de película. Barullo en el tejado, risas y habladurías entre ellos, apretujones entre algunos… y un sinfín de detalles.
En cambio, aquella noche pasó algo sorprendente, y escalofriante al mismo tiempo. Pero, no tenía testigos para declarar la escena y que el resto no le tomase por loco. Al poco tiempo de que se fueran despidiendo, y de que él pidiese tiempo para bajar y acostarse, sucedió algo que no podía dejar pasar la oportunidad para apuntar el momento en la libreta de ideas que tiene en su mesita de noche. Miró cuanto más a su alrededor, por si veía alguien, y así poder comentar lo que había pasado. Pero, ni rastro de nadie. Ni una mirada, ni un gesto que le pudiese demostrar que, aunque a escondidas, había alguien por allí.
Se puso la gorra roja que se había quitado hace tiempo, con la visera hacía atrás, como a él le gustaba llevar, las gafas de sol a pesar de que fuese de noche; y abrió todo lo que pudo los ojos, más por fascinación que la inspiración que necesitaba. Parecía una noche de estrellas fugaces, pero no fue así. No se atrevió a contestar a su propio asombro después de incluso ver lo que estaba presenciando. Cómo iba a contárselo a los demás, si ni siquiera él se creía a sí mismo de lo que estaba viendo. No paró de llover ¿meteoritos? No sabe, hasta que uno de ellos le rozó la frente, y del golpe se cayó al suelo pero estando consciente de lo que había pasado. Se levantó rápidamente, se sacudió y fue a mirar a ver a dónde había caído éste. Curiosamente, no había rastro de él pero juraría que pesaba mucho como para no haber dejado algo de huella. No sólo cayó uno, sino que fueron varios. Pero, ninguno sin intenciones de chocar contra el suelo; siempre, le daba en la frente. Siempre, no fallaba una.
Por un momento, se había vuelto loco. Hasta que despertó del asiento, gracias a las varias palmaditas en el hombro y sacudidas de su madre, preocupándose y preguntándose si estaría bien. Al fin, se despertó e inmediatamente reaccionó contestando que lo único que había vivido en aquel confuso sueño era una lluvia de ideas.
La inspiración no siempre llega cuando estás trabajando, y que cuando eso pasa hay que salir a buscarla. 

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