Se visitó de la forma y la desdicha, se vistió de las mañanas y los ríos de verano, de las cadenas del viento y los paseos de domingo. ¿Dónde estará el diamante perdido? ¿El reflejo de los días pasados que cantaban en la aurora y suspiraban en las noches? El horizonte se oscurece a cada paso y a cada paso se sumergen los sueños. Allá, al final del último final, alguien espera. El propio cuerpo que jamás se ha ido, la propia piel que todo ha vivido y que sabe de las lágrimas y que sabe del dolor. Todos han llorado. Todos han sonreído. En este silencio de cueva, el mundo parece ya no seguir. Pero sigue, continúa su marcha de roca gigante en el cosmos del infinito en donde todos somos y todo está. Vive su vida de piedra histórica sin historia, cruzando las distancias y empujando las telas del vacío. Un tiempo sin tiempo, un abismo sin fin, en donde flotan las vidas vivas y las muertes vivas, donde todo flota como los sueños y cayendo nada cae. Nada cae, no hay abismo, nada flota.