Salvé los malvones. La conversación fue corta. Que nada es culpa de nadie, que las cosas son así. El resto quedó flotando por ahí. No me importa tanto lo material como lo simbólico, siempre precisé de los ritos. Los puntos críticos ni se mencionaron (no tiene sentido el daño innecesario). Llovía, el mate estaba frío, las cortinas corridas y la cama destendida. Desde el pasillo nos llegaban los pasos apurados de los que eligen la escalera. Repetimos muchas palabras, nos perdimos la oportunidad, la valentía no tiene lugar en la rutina. Nos miramos poco, preferimos las florcitas del mantel. En el balcón unas pocas migas iban y venían, en la calle los autos se desesperaban. Me quise quedar con la olla grande, así sin lavar, pero no pude. Los reclamos tampoco fueron muchos. Que la otra vez tal cosa, que últimamente tal otra. Al reloj tenés que darle cuerda todas las noches. Sí, ya sé. Cuando se fue me quedé mirando la puerta hasta que no supe más quién era.