Revista Diario

Lo imposible

Publicado el 28 noviembre 2014 por Kaktus

A unos amigos nuestros de Addis Abeba (italianos) les ha pasado Eso. Lo Peor. Lo que no le deseas a nadie. Eran la familia perfecta, y, cinco segundos más tarde, ya no. Ya ni siquiera eran.

No dejo de pensar en ellos. En cómo lo han perdido todo. En cómo la desgracia les ha amputado de nuestra vida. Las relaciones entre expatriados (hablo de amistad) la mayoría de las veces son frágiles, circunstanciales. Cuando algo pasa, todo el mundo corre a ponerse a cubierto. A sus lugares de origen. Y ya no los ves más. Y te das cuenta de que esta no es nuestra casa. Casa es donde entierras a tus muertos. Para mí, L y su marido han pasado a un mundo paralelo, un mundo que no tiene apenas vinculación con el que vivo yo. Ya no están. Y no creo que vuela a verlos jamás. No podré decirles cuánto recé, cuántas dudas me plantea lo que les ha pasado, cuán injusta me parece la suerte que les ha tocado. Tampoco sé si se lo diría, porque a veces “sin palabras” no es sólo una expresión. Hay cosas demasiado horribles como para hablar de ellas.

Durante un par de días, me imaginaba a L. y al pequeño M., y la sensación era como en esa escena angustiosa de Lo Imposible, cuando la madre, en mitad de la corriente, busca por todos los medios alcanzar al hijo mayor. Y se hiere y no se da cuenta, porque sólo quiere alcanzarlo. Al final, lo alcanza, y están juntos. A L. se le escapó el pequeño.

Hay quien me critica (con cariño) porque la Nena todavía duerme conmigo. Es más, la meto a dormir en su cama y, cuando yo me voy a dormir, me la paso conmigo. He decidido que me da igual. L daría su vida entera por poder dormir una vez más con M., por bañarle una vez más, por abrazarlo… qué no daría por abrazarlo. A ella también la criticábamos (con cariño). La “niñocéntrica”. Siempre pendiente. La madre perfecta. Sin vida propia. Siempre girando en torno al niño. Como si lo supiéramos todo. Y no sabemos una mierda. Porque a lo mejor la culpabilidad no la dejará vivir, pero siempre le quedará el haber pasado el cien por cien de su tiempo con el pequeño M. Le quedará el ser la mejor madre del mundo. Madre ahora truncada, pero siempre madre.

La Nena seguirá durmiendo conmigo hasta que no quiera más. Y espero que tarde mucho en no querer más. Porque a veces me entra el miedo. Porque a veces, a la Nena, en la oscuridad, no puedo verla. Si cerra los ojos, no se le ve. Y, aunque sé que no puedo protejerla siempre, me he puesto una luz de esas de noche para verla mejor. Para que la oscuridad no la alcance.

Como dije hace unos días, espero que todo esto (que nos rodea), visto desde Arriba, tenga algún sentido. Yo, estos días, no se lo veo.

 


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