Soñé que Gary Coleman me pedía ayuda porque un perro le había estado apoyando el pito en el culo durante todo el día. Yo le decía: "Pero, hombre, si estás muerto, muerto", y veía que detrás de él aparecía un perro con manos humanas sosteniendo su pija colgante, flácida, blanquita, haciendo ese gesto siniestro que le encanta a los hombres-perros, ese: el de simular la hélice de un helicóptero que, claro, jamás levantaría ni una hormiga. En el sueño yo corría hasta mi cama para leer uno de los tantísimos libros de Ercole Lissardi: para masturbarme, concretamente, mientras pensaba en que iba a escribir un post que dijera que los libros eróticos sólo sirven para que las mujeres se masturben -los hombres no entran en el palo salvo,imagino, el que escribe erótica, que se debe matar a pajas para destrabar la inventiba-, lo cual tiene muchísimo sentido: es la masturbación perfecta para que la mente de las chicas se pierda entre las líneas de una historia sencilla y entonces se olvide de sus constantes y zas, acabe con la solapa entre las tetas.
Todo eso soñé y acá estoy, con la web de Clarín reloaded que me hizo recordar a Gary más o menos a mitad de página, recién levantada, con el termómetro marcando 38 incrustado en la axila y pip pip pip, las sábanas hasta el cuello y un té de frutos del bosque humeando olor a naturaleza concentrada sobre la mesa de luz, sin poder dejar de preguntarme qué diablos puedo hacer yo por el espectro de Gary Coleman.