Lo primero y último

Publicado el 18 noviembre 2012 por Migueldeluis

CC –by Str@vinsky

Nota: Publiqué este artículo en Esfuerzo y Dedicación. Prometí a mis suscriptores no publicarlo en abierto hasta pasado un año. Ese año ha pasado.

La vieja pluma

Escribo desde el jardín de mi casa; una bandeja de té, un cuaderno un tintero y la vieja pluma de padre son mis únicos compañeros. De la imagen idílica sólo se escapan los esfuerzos que necesite para mojar el plumier en la tinta. Y es que, de tan escaso uso, la tinta del tapón lo había pegado al tintero. La anécdota me sirve de primer ejemplo práctico de esfuerzo y dedicación. Ante la frustración de no poder abrir y el miedo a mancharme podría haber abandonado todo el trabajo, buscar un bolígrafo o reventarme las muñecas hasta vencer la resistencia del tapón. No se me ocurrieron otras opciones.

Mi motivación me impidió abandonar; tengo un lector a quien servir y niños a quien ayudar. Si tuve esta tentación, no fue otra cosa que esa reacción al miedo que llamamos procrastinación; dejar para otro momento lo que consideramos difícil, pero ya conozco a ese mentiroso y sé como ponerlo en su lugar. En cuanto a no buscar el bolígrafo, hablaré luego; por ahora diré que la elección de los materiales tiene mucho que ver con el propósito de esta carta. Quedémonos ahora en por qué no forcé el tintero e ilustremos así un primer malentendido.

Esfuerzo y musas

Trabajo, esfuerzo y dedicación se apartan de la tozudez. Deben ser más bien imaginación, conocimiento e inteligencia. La maña también está en el arsenal de la perseverancia. De niño, inspirado por los arquetipos de las películas, llegué a pensar en el esforzado como un buey: fuerte y constante, pero necesitado de guía, falto de imaginación, carente de carisma y toda brillantez. Tanto es así que creía que debía esperar a la inspiración como quien confía en un milagro. Sin esta magia era imposible hacer nada importante; por tanto crear era confiar en la suerte de haber nacido genio. Mi superstición peor era la fe en la inspiración del último minuto.

Hoy, ya adulto, como me gusta creer, he abrazado la perseverancia y en nada se han alejado de mí las musas. En el caso del tintero me bastó una astucia. Empapé un pedazo de papel de cocina y lo pasé por los márgenes del tapón: el agua disolvió la vieja tinta y el frasco obedeció como en sus tiempos mozos.

¿Para qué la pluma?

Somos la civilización de la técnica. Tanto es así que nos resulta más natural dividir la historia por hitos tecnológicos que científicos o filosóficos. Hablamos más de la edad de piedra, de los metales, de la era atómica y de la sociedad de la información y menos de la era mística, teológica, copernicana o pos-moderna. Nos fascinan los chismes hasta que olvidamos el pensamiento que les dio origen o para qué sirven.

Este riesgo existe también en la mejora personal, a pesar de las advertencias históricas. En lo tocante a la ética, Jesús de Nazaret critica al movimiento fariseo por confundir ser santo con coleccionar buenas obras. Tampoco debemos confundir la mejora personal con las técnicas que empleamos para perseguirla. Nuestro objetivo va más allá de convertirnos en el rey del GTD, el sensei del Kaizen o ser capaces de aplicar el diagrama de Ishikawa a la planificación de un cumpleaños(1). Nuestra meta es más simple y mucho más difícil y a ella dedicaré la parte final de mi carta. Volvamos por el momento al encabezado de esta sección.

¿Para qué una pluma arcaica, de las que hay que refrescar la plumilla en el tintero? Resulta que las técnicas de productividad son nuestros vehículos y nuestras muletas. Cuando escribo en mi jardín, en compañía de mi té y de mis anticuados medios de escritura, lejos de toda influencia de la red me transformo en otra persona. Durante ese rato asumo el papel de un escritor sabio, mejor que mí mismo, que cuida la belleza de la letra, el sentido de la frase y el ritmo de la palabra.

Me confieso pues, partícipe del juego del niño que se disfraza para jugar a ser su sueño. Si he de buscar una excusa la encontraré la utilidad: aprendí que funciona. No juega en primera el chico que grita –soy Cristiano Ronaldo, pero corre más y encuentra una fe en sí mismo que, por magia de momentos chicos, se impone a la realidad.

No pude abandonar mi plumier y mi tintero por un bolígrafo o un ipad porque, para mí, ninguno de esos instrumentos conjuran la visión de mi abuelo trabajando en su despacho con sus anticuados útiles de escritura. Esa visión, tan infantil que acaso sea más imaginaria que real, la apliqué luego a todos los sabios antiguos. Desde entonces así es como sueño.

Hay además una segunda y más importante razón que nos lleva ya a la causa de esta carta. Con un ordenador es imposible cuidar la caligrafía; con un bolígrafo puede hacerse pero le atribuyo algo inefable en la plumilla –como creo atribuyen otras muchas personas –que me mueve a cuidar las formas de cada vírgula.

¿Cuál es la utilidad de este gesto? Podría responder que la belleza es un valor en sí misma y ningún otro bien es su amo. Lo cierto es que la belleza es un arte generoso y devuelve mis esfuerzos transformados en pensamientos que sin ella sería incapaz de alcanzar.

La magia de la areté consiste en afinar mi mente de suerte que sus frutos se profundizan. Cierto que puedo hilvanar buenas ideas delante de una pantalla, como todo el mundo. Sería superstición temer que el futuro de la razón está comprometido por las pantallas. En realidad, quienes temen los cambios participan de la religión tecnológica, la más común de nuestros tiempos, cuyo dogma es que el ser humano se define por los chismes que emplea.

Ya ves pues que mi pluma es el ángel que sopla a mi oído el ansia de la belleza y que buscar la belleza fertiliza mi pensamiento. Pasemos ahora a lo principal y último.

Mente de kaizen

Lo último y principal es la mente de Kaizen. Se trata de amar tanto la mejora que la busquemos en todo lo que hagamos para sin contentarnos con coleccionar mejoras llegar a ser mejores. Mejor siempre entendido en el sentido de mejor para todos. Es pobreza hablar de una mejora en un coche que sólo beneficie al fabricante o exclusivamente al cliente y a nadie más.

Mejor es también la libertad de adaptarse al fin de cada causa. Un juego en familia es mejor si es más divertido, transmite mejor la cultura y aviva el cariño de sus miembros; la destreza en el juego, si bien valiosa sólo es auxiliadora de esos otros valores más altos. Conviene en cada caso ponderar cuál es el valor principal al que aspiramos y no lo sacrifiquemos en aras del perfeccionismo. Si no podemos llegar a todo, porque no sabemos, tratemos en primer lugar de alcanzar lo que podamos. Así más vale una partida de ajedrez relajada en la que padre e hija sean felices, que una competición a cara de perro entre dos rivales desequilibrados y que, además, por lo común no dejan de ser una pareja de aficionados.

Por eso toda técnica de Kaizen es tan importante para mí como mi vieja pluma. Tienen un primer objetivo práctico: mejorar esta u otra cosa, pero un destino final más elevado: para una empresa ser el lugar donde los sueños tomen forma física, para una persona alcanzar la mente de Kaizen.

Esto es lo principal, nunca lo primero. Mi pluma podría ser un pincel, el Kaizen podría trocarse por otra técnica, pero siempre habrá que gatear antes que andar. Iniciarse en le Kaizen es usar las muletas para un cojo; perseverar en él es cambiar las muletas por un coche; alcanzar la mente de Kaizen es, eso espero, aprender a volar. De ello hablaré en una próxima carta.

Por eso, como cualquier aprendiz de un sabio nos toca primero fregar el suelo y sacar la basura. Sólo cuando seamos capaces de entregarnos a esas pequeñas tareas con diligencia podremos luego emprender la mucho más difícil de reforzar nuestras almas. A una de esas técnicas dedicar una breve entrada en Sabia Vida y, con mayor profundidad, en Esfuerzo y Dedicación.

De momento, recordemos que más allá de sus beneficios inmediatos, la práctica de las disciplinas son un entrenamiento para empresas mayores. En esto se asemeja cualquier sistema de productividad al deporte o un arte marcial. Mi esperanza reside en que amar cada detalle nos lleve a amarlo todo. Empecemos pues por el principio, por lo pequeño y que la dedicación a lo pequeño nos lleve a metas lejanas. Ahora hemos completado nuestro primer y pequeño viaje, esta, nuestra primera carta. Sigamos.