Revista Literatura

Lo que antes era la casa y ahora se llama house

Publicado el 01 mayo 2010 por Onomatopeyistas
Ser de pueblo es como ir en bici, no se olvida nunca. Ya te puedes ir a vivir al conglomerado urbanístico más grande del mundo que no perderás nunca aquellos rasgos que te delatan como pueblerino. Voy a especificar, que si no luego hay confusiones, yo soy de un pueblo de menos de 1000 habitantes, con lo que todo esto conlleva.
Significa, por ejemplo, que en mi clase de primaria éramos seis alumnos, y en todo el colegio 40. Hubo un año que nos estuvieron dando clase en el pasillo, que era a la vez la sala de ordenadores. Nos conocíamos entre todos y el régimen de edad estaba muy bien delimitado: en el autobús para ir de excursión (íbamos todos los colegiales, si no, no salía a cuenta) los mayores ocupaban los asientos de atrás y, de allí hacia delante, nos colocábamos en orden descendiente los demás.
En mi pueblo, la gente suele vivir en casas, no en pisos, que normalmente tienen su origen en los bisabuelos, o incluso más hacia atrás. Cuando llegué a Pamplona, la gente se exclamaba cuando les decía que vivía en una casa, ¡qué suerte! exclamaban. Pero es que no hay nada más. Antes se dejaba la puerta abierta todo el día, y cuando alguien entraba gritaba “aaa Maria” y por la voz ya sabías quién había entrado. El otro día llamaron al timbre de mi piso de estudiantes, y ¡descubrí que teníamos una mirilla en la puerta! Qué placer poder espiar tu rellano sin ser visto, ni la más cotilla de mi pueblo hubiese llegado a crear un invento tan adictivo: mirar sin ser mirado, con total impunidad.
Dicen del pueblo que es tranquilo y agradable, que te envuelve la naturaleza y que puedes oír el gorjeo de las golondrinas y el graznido de las gaviotas. Sí, dicen eso para no hablar del aburrimiento y el tedio, de no tener nada por hacer un domingo a la tarde, excepto ver un insulso partido de futbol. Y, sobre todo, quien dice eso es el urbanita que te invade todos los veranos esperando encontrar el paraíso a dos horas de su casa. Ellos se esperan encontrar un pueblo inmaculado, en el que las puertas de las casas sigan abiertas y que la gente les atienda con desmesurada entrega.
Qué sorpresa se llevan al descubrir que, si bien aún nos seguimos llevando asombros por la vida, como que existen las mirillas, en mi pueblo todos llevan móviles de última generación, tenemos internet, hablamos tres idiomas e incluso algunos conocen la diferencia entre la música house y el dance.
Lo que antes era la casa y ahora se llama house

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