Revista Literatura

Lo que dice el espejo

Publicado el 30 octubre 2011 por Netomancia @netomancia
Angustia. Era la sensación que se le atragantaba en la garganta al mirarse al espejo. Cada mañana el recorrido desde la cama al baño era un suplicio. Hoy no, hoy no, rezaba en silencio, mientras sus pasos cansinos lo acercaban a un nuevo funeral. Porque cada vez que se miraba al espejo, sabía que moría un poco.
Se vestía, tomaba su maletín y salía a la calle, camino al trabajo. Tarde o temprano lo vería. Y entonces, como cada vez, debería hacerlo. Las lágrimas le empañaban los ojos y un nudo en el estómago le recordaban que aquello era real.
Las personas iban y venían, desconocidos todos, hijos de una ciudad gigante que los convertía en casuales transeúntes de sus veredas, compartiendo el aire rancio, los sonidos lacerantes del tráfico, el roce de cuerpos cuyas mentes estaban en otra parte, siempre corriendo, temiendo llegar tarde a vaya saber que lugar.
Tarde o temprano sucedería. Vería el rostro. El mismo que el espejo había reflejado en lugar del suyo. Aquel espejo maldito, que gobernaba sus días, dictándole quién debía morir, en que cuerpo hincaría una furia que no le pertenecía.
Y cuando aquello ocurriera, no tendría escapatoria. No obedecer se pagaba caro. Vaya que si. Otro espejo le mostraría, a otro prisionero, algún rostro amado y entonces...
Allí estaba. El rostro de la mañana, haciendo cola para entrar a un banco. Era tan joven, que pena lo asaltaba. De todos modos, fue sacando el cuchillo con cuidado, mientras cruzaba la calle.

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