Revista Literatura

Lo que hay que oir (II)

Publicado el 14 abril 2010 por Onomatopeyistas
Tengo la obscena costumbre de escuchar las conversaciones de otra gente. Josemi ya avisó del peligro que supone, pero yo ni caso. Me gusta conocer retazos de la vida de los desconocidos e imaginarme sus historias personales. Se aprende mucho, la verdad.
Situémonos, pues, para el recorte que os voy a contar. Lunes a la tarde, en el tren alvia que va de Barcelona a Pamplona. Voy a la cafetería, como casi siempre, a la altura de los Monegros, cuando dejo Cataluña a mis espaldas. Yo apoyado en la ventana, mirando afuera, y a mi lado un hombre que no llegaría a los cuarenta años con su madre se encuentra con una amiga de la infancia. Él es un pamplonés de pro: pelo corto engominado, gafas de vista Ray Ban, americana marrón con coderas negras, pantalón crudo y zapatos marrones también. Como hace mucho que no se ven con la inesperada compañera se ponen a hablar de su vida (de la de él).
Ya os la cuento, no sufráis. Estudió en Maristas y, después de unos años de estudio (imagino, no sé por qué, que en la Universidad de Navarra, aunque no lo puedo confirmar) se casó con su actual señora y tuvieron hijos. Hace cinco años se mudó a Barcelona, en concreto, en Santa Coloma de Gramanet, separada por una calle de la gran urbe.
Su amigo le preguntó que qué tal en Barcelona, porque claro, con el buen tiempo y lo bonita que es y bla bla bla se estaría genial, pero le respondió que le había costado acostumbrarse al sitio. Anda, ¿pero por qué?, se exclamó ella. Entre risas le confesó el secreto: ¡mucho catalán!
Cagom la puta, pensé para mis adentros mientras el café se me atragantaba. Siempre me ha costado aceptar la estrechez de miras de la gente, pero sobre todo en casos como este. Son personas que van por el mundo pensándose que todo es como él cree que es, y no hay lugar para el error. Este señor trabaja en Cataluña y se beneficiará de ello, no en vano lleva 5 años allí. Y tiene la cara de decir que le sobran los catalanes. Pues si no fuera por estos catalanes él no estaría trabajando allí.
Yo, que he hecho el viaje inverso al pamplonés, no tendré el morro de decir que aquí hay mucho navarro. He encontrado cosas geniales, pero también hay algunas que me sobran, claro está. Yo no soy un experto viajero, pero me parece que la gracia de ir por el mundo es nutrirse de la experiencia, compartir modos de pensar, analizar diferencias y hacerse preguntas, muchas de las cuales no tendrán respuesta. Adaptar lo bueno de los distintos lugares al recoveco que le corresponde dentro de cada cual y disfrutar mientras dure. Y con lo que no nos sentamos cómodos eliminarlo de nosotros, pero no por ello restregarlo a la gente.
Porque es muy triste ir a los sitios para comprarse una postal y enseñar las fotos a la familia en una tediosa tarde de otoño. Por si acaso, yo me guardo en mi etérea maleta los recortes más cariñosos que me encuentro por el camino y este país se lleva la palma, o el laurel, como queráis.
Lo que hay que oir (II)
De regalo, una canción de Lluís Llach, que, con la ayuda de Kavafis, lo sabe decir mejor que yo:


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