Hace unos días, dos o tres, da lo mismo, se conmemoró el Día Mundial de la Poesía, siguiendo esa fea costumbre o enfermedad casposa de nuestros tiempos, el de asignarle fecha especial a todo. Ya no bastan; el día de la Tierra, del árbol, del médico, del peatón y la bicicleta, de la secretaria, del estudiante, del perro, del gato, del budín, del queso. Dicho de otra manera, ¿a quién le importa? ¿por qué la literatura tiene que ceder a la sosa banalidad de unos cuantos iluminados que hablan en nombre de todos los poetas? ¿quién los autoriza a elegir un día determinado? ¿se habrá muerto un poeta ese día? Si fuera así, ¿cómo determinan qué nombre es más importante que otro? …Venga ya, a regalar un libro de poesía se ha dicho como si de tarjetas navideñas se tratara. Ojalá a alguien se le ocurra inventar el día mundial de la antipoesía o de la antimateria. No sé, creo que Einstein tenía nomás razón al sostener que el universo era finito.Consciente de que los literatos son siempre gente muy instruida, uno espera que sepan guardar cierta ética o conducta razonable, literariamente hablando, especialmente cuando son muy reconocidos (me importa un comino sus vidas privadas). Así, por ejemplo me gusta leer las columnas de cierto escritor español, porque desmenuza con pinzas las contradicciones de la sociedad española, y con valentía además ya que no tiene reparo en señalar con nombres y apellidos a todo aquello que le parece indignante, grotesco o pueblerino. No he leído ningún libro suyo, no me llama la atención mayormente, aunque mucha gente lo hace y en distintos idiomas. Si sus novelas son tan interesantes como sus artículos, pueda que sí algún día. Pero lo que me sorprende, en un escritor de su talla, es la manía que tiene de autopromocionarse, rellenando su blog, ya sea, con críticas positivas o aduladoras de su libros, publicadas en otras webs (para eso ya están esos sitios)o las portadas gigantescas de sus obras traducidas a otras lenguas (como si a los lectores en español les afectara) o también efectúe el copy and paste de alguna entrevista que le han hecho recientemente. Tal vez exagero, pero que un literato proceda así siendo prestigioso - y considerando que vende cientos de miles de sus obras-, me parece por lo menos de mal gusto y señal de egolatría. La pretensión puede esperarse de un aspirante joven, ansioso de hacerse hueco, no de un experimentado que pinta canas.Como bien se le da, esto de generar fanfarria y provocación cual niño pasando su barra por una verja, a un tal Tao Lin, a quien se le ocurre pegar carteles por todas partes utilizando el nombre de una estrella del pop para hacerse conocido, y a quien el New York Times llamó ambiguamente “un imperturbable estafador literario”, a raíz de una novela que publicó con el nombre gratuito de Richard Yates, que según he leído varias reseñas, apenas nombra tangencialmente al autor de Vía Revolucionaria. Tanto ruido mediático ha generado este chaval que algunos lo consideran el “Kafka de la generación Facebook”, porque según dicen refleja la ansiedad, el vacío, la trampa existencial en la que está sumergida la juventud actual, aplicando a sus textos, cómo no, el aberrante lenguaje de los sms y de las redes sociales. No faltará alguien que seguramente correrá a comprar sus libros con la vana esperanza de encontrar los ecos del maestro checo. Habiendo tanto libro antiguo -y descatalogado- por leer, a quién se le ocurriría perder el tiempo y dinero al descargarse la obra de un niñato que se las da de listo por emplear un lenguaje dizque “minimalista”. Cuando todavía era muy joven, leía con fruición cuanto libro de aventuras cayera en mis manos.Ahí están por ejemplo, Las mil y una noches, culpables de mi fascinación por la cultura árabe y oriental. Pero hubo una palabra que siempre he asociado a lo enigmático, a lo fabuloso, y a la vez poético e indescriptible: Tombuctú. La historia de este reino legendario, tiene la significación lo que para otros tiene el encanto irresistible de El Dorado o la leyenda del rey Arturo. Relatos tremendos, exploradores europeos mediante, alimentaron en mí una singular fantasía, que aún permanece indeleble. Pero no hay derecho que un tal Paul Auster, usara este impoluto nombre para uno de sus libros. Desgraciadamente, atraído por el título me descargué esa novela y grande fue mi decepción cuando descubrí que era la historia de un vagabundo que le hablaba a su perro, ya ni me acuerdo por qué aludía a ese sitio encantado. Fue el único libro que le leí, y que se joda, me dije.Así estamos, no entiendo que un compatriota que, según dicen, cada vez escribe mejor, escriba tan pancho y sin pudor en una antología nacional sobre su experiencia al ser jurado de un concurso de belleza, pura anécdota cursi nada más. Tanto se respeta a sí mismo, que no tiene empacho en poner como currículo “colabora con diversos diarios” junto al nombre de una revista del corazón. Mucha honra para un doctor en literatura. Me muero de la envidia.P.S. disculpen los dos párrafos en negrita, es la plataforma Blogger que me juega una mala pasada, ¡jodida justicia poética!