Se murió lo que no fue, lo que no era, lo que nunca será. Muere entre las notas desafinadas y las destiladas letras de nuestro cantante de jazz ambulante, ese que encontrábamos a veces en Sol, a veces en Callao, en ocasiones en Banco de España.
Murieron tus caricias aceleradas bajo la mesa de nuestro pequeño bar, entre copas de Rioja y claras en jarra helada, olivas machacadas y risas.
Pensábamos en nosotros, en mi casa, en la tuya, hasta en casas ajenas. Jamás pensamos en la nuestra.
Y así, entre jazz caduco con olor a maría, prisas, risas, vinos, cervezas, neuras, delirios, humedades y caricias, morimos. De a poco, de a mucho, de a certeza, de a nosotros y ellos, de a todo.