He tratado de escribir esta entrada varias veces, pero me interrumpo y días después elimino el borrador. Ayer por fin logré escribir hasta terminarla; me propuse revisar y publicar hoy... va a ser que sí. Trata de lo que se me desencadenó a partir de la experiencia de estar con B en el hospital. Allá por el mes de marzo...
Al principio, tenía necesidad de hacer catarsis y contar exactamente cómo fue esa tarde y esa noche. Ya no siento esa necesidad, y además no quiero dramatizar. Gracias a Dios, no puedo hablar, en realidad, de una "hospitalización": simplemente tuvimos que esperar seis horas en el área de urgencias para que le hicieran una tomografía. Que le asignaran una cuna y me dieran una silla, podría tomarse como un modo de hacer menos incómoda la espera, pero a mí me provocó sentir que la niña estaba internada. Cada procedimiento fue como tortura china para ella, y yo no podía consolarla con teta porque debía estar en ayuno.
Lo que nos llevó ahí fue una bola en la cabeza: un chichón, según diagnosticamos mi amiga repostera y yo. La doctora del consultorio gratuito más cercano, me envió a hacerle un ultrasonido de inmediato: dijo que el chichón -no recuerdo cómo lo llamó- estaba muy grande y que estaba "saliendo líquido". No he tenido peor imagen mental que la de líquido cefalorraquídeo saliendo del cerebro de mi hija. Mientras caminaba de regreso a mi casa, empujando la carriola lo más rápido que podía, hablaba con Dios para oírme a mí misma: "yo te la encargo todos los días... tú la quieres más que yo".
Contacté a nuestra pediatra particular -que es una estrella-, y quedamos en ir a verla al hospital donde también trabaja. El ultrasonido no era apropiado; sería una radiografía y dependiendo de lo que saliera, tal vez una tomografía. En ese punto de la aventura, yo ya había referido varias veces que B no se golpeó, que no la perdí de vista sino unos segundos, y que en esos segundos no lloró ni pasó nada especial. El abultamiento lo noté al bañarla, y como la baño todos los días, sabía que no estaba el día anterior. La niña, como si nada.
Los rayos X mostraron una fisura craneal del lado en que no había chichón. Seguramente una vez en el pasado, sí se pegó duró. La doctora dijo que era como una rasgadura en una cáscara de huevo que no llega a quebrarse; que no había problema. Lo raro es que no apareciera nada del lado del bendito chichón: porque era enorme. La doctora lo mostró a otros médicos y todos se sorprendían -o eso me pareció-: era muy alto y prácticamente tenía la longitud de la mitad de la cabeza. Todos asumieron que la causa era un golpe. La doctora me notificó, con su amabilidad de siempre, que se había dado parte al ministerio público: que se hace siempre que llega un menor con un golpe en la cabeza. Hasta ahí estábamos bien, pero terminó su turno, y el resto del personal del hospital no se portó como ella.
Varias personas me han dicho que el trato que me dieron se debe a que ven cosas terribles. Me consta que llegó una señora con un muchacho quemado, y que cuando le preguntaron cómo pasó, respondió a la defensiva: "pues se quemó". ¡Así nada más! Pero aunque entiendo cómo deben sentirse, su trabajo no es juzgar.
El caso es que mis dichos no tenían sentido. Les decía que entendía que aquello debía ser el resultado de un golpe, pero que nunca se pegó delante de mí, y nunca dejó de estar delante de mí. La peor fue la anestesióloga:
- ¿A qué hora empezó a vomitar?
- No ha vomitado.
- ¿Qué le pasó?
- No le pasó nada.
- A ver, señorita -dirigiéndose a la enfermera- ¿usted sabe qué pasó?, porque la señora no sabe nada.
La prepotencia merma el profesionalismo. ¿No saben que deben presentarse, explicar qué van a hacer? ¿Que los menores tienen derecho a estar acompañados en todo momento, aunque a ellos les caiga mal el papá o la mamá que acompañan? Al menos, la indignación me hizo recuperar capacidad cognitiva. Antes de eso, la trabajadora social me había entrevistado y tuve que pensar antes de responder cuando preguntó mi nombre. Como resultado, se levantó el reporte de que yo estaba en shock y se sospechaba omisión de cuidados o maltrato. Tal vez contribuyó a levantar sospechas, que yo repitiera: "lo siento, lo siento mucho"... quién sabe. El caso es que una semana después, tuve que ir a declarar a una agencia del Ministerio Público, y cuando me leyeron lo que se reportó, sentí como si el estómago se me diluyera.
En este punto, porque no sé dónde más, quiero volver a mencionar a nuestra pediatra. Tengo la fortuna de que Dios ponga en nuestro camino a los profesionales indicados que vamos necesitando; pero con la pediatra nos sacamos la lotería. No me sorprendieron sus consideraciones ni sus decisiones acertadas; me sorprendió verla tratando a cada persona del mismo modo respetuoso y amable; incluso a una mujer que se quejaba.
Otra profesional que Dios puso en nuestro camino, con propósito muy diferente, fue la trabajadora social. Cuando llegó a entrevistarme, B por fin dormía.
Dije por primera vez, digamos "oficialmente", que el papá de B y yo no somos esposos. Él tenía pocos días de haberse ido de la casa, y decir la frase me impactó. La trabajadora asumió que él no figuraba y cuando expliqué que le veíamos todos los días, que estaba esperando afuera, concluyó que él tenía otra familia. Dada esa forma de sacar conclusiones -erradas-, me dio miedo que se me escapara algo que pudiera hacer pensar que nuestra familia fuera mala para mi niña. De por sí, yo tenía trabajo interior pendiente, en ese tema.
Tampoco había dicho "oficialmente", fuera de una consulta médica, que B tiene Síndrome de Turner (ST). Creo que "decir" inscribe nuestra realidad en la realidad de los otros, y eso cambia nuestra realidad. No sé si por eso, fueron apareciendo incidentes:
- Al día siguiente del hospital, su papá me contó que cuando por fin nos dieron el alta, y fue a acompañar a la bebé mientras yo me encargaba de los trámites, se refirieron a ella como "la niña Turner". Me dio rabia. No es la "niña tal-cosa", tiene un nombre. En todo caso, sería la niña con una bola en la cabeza porque por eso estábamos ahí. Pero más me vale entender cómo pueden convivir los demás con la diferencia. Hay grupos de Facebook en los que las mujeres con ST se definen a sí mismas como "chicas Turner", son parte de una comunidad, es parte de su identidad.
- Esa misma semana fuimos a ver a un amiguito bailar, y ahí, entre el público, una jovencita con discapacidad cognitiva me preguntó: "¿Tu niña es especial?" Dije "no" lo más rápido que la palabra pudo salir de mi boca. Una respuesta tajante y apresurada que llevaba implícito: "como tú: no"... la misma mirada que no quiero para mi hija. "Un poquito especial, sí", me corregí. Tengo tanto que trabajar en mi forma de mirar.
- En la Agencia del Ministerio Público, cuando mencionaba los rasgos físicos del ST, la encargada me dijo: "sí le noté en los ojos". Y me inflamé. Lo dijo con normalidad, pero yo pensé que no tenía nada que notarle a los ojos de mi niña, excepto que son preciosos. Cómo si hubiera algún problema con que se note.
Esa noche famosa, como a las tres de la mañana, el médico de guardia me dijo que la tomografía no mostraba ningún daño, y que tal vez, la inflamación era una especie de linfedema, como los característicos en pies y manos del ST. La señorita que me tomó la declaración en el Ministerio Público se centró en esa posibilidad, que tomó como hecho. Semanas después, en la consulta rutinaria con la pediatra, la doctora me aclaró que el abultamiento estaba lleno de agua. Quién sabe por qué.
Por último.- Hace meses, cuando vi ESTE VIDEO, me sentí identificada con la sensación de este papá; yo no tanto por haber fallado sino con mucho miedo de fallar -de fallarle a ella-: por decir o no decir, por sentir esto o aquello, por lo que no me quede tan claro. Él dice: "por karma necesito arreglar lo que acaba de suceder", "quería dejar esto en claro públicamente, para mí mismo". Algo de eso había en mi necesidad de escribir.
Silvia Parque