A mí me cuesta dejar atrás dos días de actividades diversas, estimulantes y motivadoras pero, por eso mismo, capaces de alterarme. No me dejan pasar al estado de conciencia más llevadero, el cómodo, el que ahorra energía y el que puede no pensar mucho. Por eso me cuesta entrar en el lunes. Me cuesta volver a dejar de ser yo.
Coincido con un compañero de trabajo en hablar de cine. Yo vi 'Un hombre soltero' (de Tom Ford, basada en la última novela de Christopher Isherwood) con mi adorado Colin Firth, y la sugerente Julianne Moore. Me gustó la cadencia de la historia. Su mensaje sencillo. Sus detalles y símbolos casi estáticos pero tan sugerentes. Todo es estético en esta historia: fotografías; galería de señales; evocación y un tono agridulce, más amargo que empalagoso, y más nostálgico que hiriente.
Y la gracia es que estuvimos en el mismo cine. Casi a la misma hora. Y lo hemos descubierto por quejarnos los dos del timo que ofrece el Renoir de Princesa, cobrando una entrada completa (un pastón) por una butaca en la sala 4 de los cines: ridícula, con solo 8 filas mal dispuestas (las primeras butacas de la fila 8, casi en la puerta de entrada) y una pantalla, como dice él: "De las de tele de rico". Pues eso, una pantalla minúscula a la que mirar como si estuvieses tirado en la cama.