Sucedió que estaba escribiendo yo sobre dos de mis maestros principales, sobre el realismo mágico de Gabriel García Márquez y el tremendismo narrativo de Camilo José Cela, cuando, sentado ante la pantalla del ordenador y la ventana -nublado el día del peculiar verano asturiano, apenas diecinueve grados de temperatura en el mediodía agostizo-, oí, detrás de mí, que estornudaba Irina la políglota, que tosía Teo el estudiante, que carraspeaba Rogelio el ciego, que Blanca exclamaba: ¡Dios bendito!
De nuevo repleta esta pequeña secretaría donde tantos cabemos sin haberme enterado yo, de espaldas, hasta entonces, a ellas y a ellos.
Leían mis dos secretarias, leía Teo, hasta Rogelio parecía leer.
-¿Qué leéis con tanto afán, ayudantes míos?
Ni ellas ni ellos me respondieron. Como si no existieran. O como si no existiera yo.
Observé. Un libro abierto en las manos de Irina, otro en las de Teo, un tercero en las de Rogelio, un cuarto libro abierto en las manos de Blanca. Observé. El mismo libro en realidad, según estimé por la cubierta. Observé. No reconocí la portada. Pero en ella venía mi nombre. ¿Ya afectado yo por esa enfermedad cerebral en la que uno se olvida de los demás antes de que los demás se olviden de uno?
-Lo que me faltaba, el Alzheimer.
-No, jefe. Estás para el arrastre en general, pero lo tuyo de ahora no es un principio de Alzheimer.
-Pues no reconozco ese libro mío que estos tres están leyendo, Rogelio.
-Porque no es tuyo.
-Sé leer y en la portada, justo en el medio, está escrito mi nombre.
-No iba a poner el mío, Rogelio a secas, sin un apellido siquiera, con un apodo como mucho: el ciego, el invidente a tiempo parcial...
-¿Escribiste tú...?
-Yo, sí, qué pasa, ¿pasa algo? A ti te iba a leer alguien con semejante atención, fíjate bien en estos tres, en el narigón con pelo de esparto, en la rubia medio desnuda, en la hermosa morena del reciente "¡Dios bendito!".
-Pero tú...
-Qué pasa, ¿pasa algo? Una vez me dijiste que tú escribías a tientas, y eso mismo hice yo, escribir a tientas. Aunque mejor que tú, mucho mejor.
-¿Es una novela?
-Sí.
-¿De qué va?
-Toma, lee.
Empecé a leer (ya éramos cuatro, de existir, quienes leíamos).
-Pero esto del inicio...
-Qué pasa, ¿pasa algo?
-Creo recordar, ciego, creo recordar...
-Olvida, jefe, olvida antes de que todos, hasta los personajes de tus historias, nos olvidemos de ti.
-Oye, Rogelio.
-Dime.
-Vete al carajo.