LO VITAL VERSUS EXPERIMENTO.
La modernidad ha logrado, en positivo, una domesticación de la naturaleza, una mayor aproximación del hombre y un mayor dominio; pero, en negativo, y al mismo tiempo, la ha desacralizado. Ya no tiene misterio, todo está en el laboratorio, en el tubo de ensayo. La vida no se concibe como experiencia vital, sino como experimento. Esto hace que se pierda la visión de conjunto: la vida como un todo; no un puro estado de sucesiones analíticas infinitesimales. Pero esto tiene una implicación importante. Somos sujetos pensantes, y, por tanto, trascendemos a la propia naturaleza, a la vez que estamos integrados en ella; y somos pensantes precisamente porque estamos vivos, porque formamos parte de la naturaleza. Esta es nuestra riqueza, pero también puede ser nuestra pérdida. Depende de cómo lo veamos. Por ejemplo, ahora lo vital apenas tiene sentido y como tal carece de proyecto autobiográfico: sólo valen las sensaciones –de placer, positivas; de dolor, negativas-; y lo que a ellas va ligado. Es una forma de entenderse a sí mismo completamente disociada. El yo queda subjetivado, es el sujeto del experimento; mi cuerpo, objetivado, es el objeto del mismo. Como el taller de ‘sexología’ extremeño: el placer está en tus manos. El cuerpo entonces se ve sólo como laboratorio de experimentación; y de ahí al botellón, a los más sutiles y fantasiosos estados de euforia y de éxtasis (y la depresión consiguiente), sólo hay un paso. La vida se aleja de lo natural, para caer en lo artificial, en el experimento: necesito experimentar todo para saber qué es, dirá un joven poco precavido. Se es cuerpo, no se tiene cuerpo, como señaló G. Marcel. Pero, como comenta R. Spaemann, cuando el cuerpo no es el lugar al que uno puede volver sobre sí mismo, porque lo ha hecho objeto, es que uno ha perdido el hogar, el único hogar al que regresar. Como el caracol que pierde su caparazón: está expuesto a la quemazón del sol, a la inclemencia de la sequedad ambiental. Desvinculado de todo contenido. Y eso, se hace en nombre de la libertad, cuando es su propia negación, la clausura, como el toxicómano para el que sólo existe una tarea: conseguir la droga. Una actitud experimental, sigue diciendo R. Spaemann, hace imposible toda experiencia verdadera, porque le quita autenticidad y significado. Quien quiera sólo experimentar la amistad, se hace incapaz de saborear la rica experiencia de lo que es un verdadero amigo.
Esto produce una honda confusión. Quien pierde la identificación con el propio cuerpo, porque lo ha desvalijado de su sacralidad y lo ha convertido en objeto de experimento, se vuelve tarumba, porque desaparecen las fronteras de la propia identidad. A. Llano indica que las personas sólo lo son mutuamente en su relación… y a través de la empatía es como entro en conocimiento inmediato del otro en su cuerpo. Como dijo Machado, “el ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas/ es ojo porque te ve”. Es lo vital.
Pedro López
Biólogo. Grupo de Estudios de Actualidad