Versos y prosas de artistas invitados (7)
Qué calor hacía en Valencia ese dos de junio de hace años en el que conocí a José Antonio, el artista invitado a colaborar en este blog con un relato de los suyos, de los que estimulan la sonrisa pero tiran con posta desde Alicante.
Ni a tiros saldría yo del hotel hasta que no me quedase más remedio, cerca de allí, del hotel, la sala donde José Antonio y yo presentaríamos conjuntamente nuestros libros respectivos. Antes, amparado por el aire acondicionado, vería el partido de tenis televisado de Rafael Nadal -qué deportista ejemplar, cómo se crece aún ante las adversidades- en la arcilla de Roland Garros. Ante un desconocido Söderling. Y perdió Nadal, prácticamente invencible en tierra batida por su juego y su garra, por su fortaleza mental.
Después, mayúsculo el desinterés de la editorial, ignorantes las palabras de su representante en el acto literario, como ya he contado en algún lugar de este blog, nos apoyamos el uno en el otro -qué remedio, me dijo José Antonio con la mirada, lo mismo le dije yo con la mía- y ambos salimos del paso con sonrisas en la boca pese al compartido estupor.
Insoportable calor valenciano, derrota de mi ídolo deportivo, una empresa que nada bueno hizo entonces por vender sus productos... ¡Pero una amistad duradera, entre José Antonio y yo, forjada en apenas media tarde!
Bienvenido a mi tierra lluviosa y templada, lobo estepario, y que el futuro te sea propicio.
UNA IDEA ORIGINALNo había tenido una sola idea original en toda su vida.
De crío pensó que no le pasaría nada si metía los dedos en el enchufe. De mayor pensó que no le pasaría nada si tocaba las tetas de Ana. De anciano pensó que no le pasaría nada si se quitaba aquellos goteros y se marchaba tan campante de aquel hospital.
Pero sí pasó. De crío recibió una sonora bofetada de su pobre madre. De mayor recibió una sonora bofetada de su novia. De anciano recibió una sonora bofetada de su hijo. En aquellos momentos decisivos, supo que les importaba, pero, al mismo tiempo, hubiera deseado algo más sutil y menos doloroso.
No había tenido una sola idea original en toda su vida hasta que tuvo una. Pensó que no quería morirse en aquel manicomio sin haber probado todas aquellas cosas de nuevo.
Al primer descuido, se tragó todas las pastillas de aspirina de su mesita de noche blanca. Todos pensaron que tenía tendencias suicidas, pero nadie tuvo la idea original de considerarle una especie de iluminado. Alguien que viaja a través del tiempo al corazón de su más tierna infancia sin necesidad de peyote con el objetivo de rendirle un digno homenaje.
Al segundo descuido, alquiló una puta. La pillaron saliendo de su dormitorio. Nadie de la familia se explica muy bien cómo le pagó porque no tenía monedero ni tarjetas de crédito. A ninguno se le ocurrió pensar que la muchacha no era una pelandusca, sino una alumna de la facultad que compartía piso con otras dos... chicas, se financiaba sus estudios y, de cuando en cuando, aceptaba ese tipo de trabajos. Por eso no tuvo reparos en cobrar por sus servicios un diente de oro de su difunta esposa. El viejo pensó que era el mejor homenaje que le podía hacer. Ella tenía el raro don de ser la más beata en la iglesia y la mayor puta en la cama. Solía decir que la mujer devota no tenía por qué ser una castrada.
Al tercer descuido, secuestró a la enfermera tailandesa que le tomaba la temperatura rectal. Como en las películas pidió un vehículo para huir del edificio con la rehén, pero a diferencia de las películas consiguió, por mediación de su familia, que le dejaran marchar.
Podría haber ido a cualquier parte, pero no hubiera llegado muy lejos. La enfermera tailandesa le miraba con una mezcla de compasión infinita y sagrado temor por las limitaciones de su improvisada mordaza. Igual que la puta. Pero ambas sabían que no les haría nada.
Soltó a la chica y se fue directo a casa.
Después de tanta exhibición, a su familia no le costó comprender que un hombre sano no puede acabar sus días en un hospital. Y menos en un asilo.
Nunca más tuvo una idea original.
Durante meses se mantuvo al margen. Pensó que le pasaría algo terrible si cogía a su nieta en brazos. Se equivocó de nuevo. La niña se abalanzó sobre él y le dio un sonoro beso.
José Antonio López RastollBlog: EL MIRADOR
J.A. López Rastoll