Hoy han llamado gilipollas a mi padre porque, conduciendo de vuelta a casa, se ha equivocado en una rotonda y ha hecho que un motorista tuviese que reducir velocidad. Así, tal cual: ¡¡¡GILIPOLLAS!!!, a pesar de que mi señor padre le mirase con ojos de penica y le dijese "perdón, perdón" con sus gestos.
Me pregunto cuándo empezamos a ser así. Cuándo dejamos de ser habitantes de la misma ciudad para convertirnos en rivales, en lobos, en enemigos. Cuándo olvidamos lo que significa la paciencia, la comprensión, la empatía, la amabilidad, la confianza.
Es como si caminásemos por el mundo siempre a la defensiva, con la mano en el bolsillo y los colmillos brillantes y afilados... listos para degollar. Salvo nuestra familia y amigos, todos los demás están en nuestra contra.
Y me da mucha pena vivir en una sociedad donde se acribilla sin piedad al que se equivoca como algo habitual y natural, pero en el que la persona que saluda con una sonrisa sincera provoca la más terrible de las desconfianzas.