Relato para mayores de 18 años.
Aquella noche mi mujer salió a su cena mensual con sus amigas y a mí no me apetecía quedarme solo en casa. Llamé a Sergio, un amigo que se conocía todos los sitios de moda de Madrid.Quedé con él; a las doce pasaría a recogerme; le pregunté dónde me iba a llevar. Me dijo que sería una sorpresa.A las doce en punto estaba en la calle; hacía frío y Sergio no aparecía. Después de diez minutos esperando y helado, decidí volver a casa; cuando metí la llave en la cerradura del portal sonó un claxon detrás de mí. Era Sergio, que sonriendo me hizo un gesto con la mano para que subiese al coche. Sin muchas ganas obedecí y me senté en el asiento del copiloto. – ¿Dónde vamos? –pregunté. –Si no has cambiado mucho en estos dos años que llevas de casado, donde te llevo te va a gustar.Intente sonreír sin ganas; ¿Si no había cambiado mucho? Desde que me casé tan solo había salido dos veces sin mi mujer y las dos veces por asuntos de trabajo. Me había vuelto un calzonazos.Atravesó la ciudad a toda velocidad, como en él era habitual; en quince minutos habíamos llegado a nuestro destino.En la fachada no se veía nada que hiciese ver que allí hubiese algo abierto; Sergio llamó a la puerta de madera medio desvencijada, un hombre de casi dos metros de alto abrió la puerta, agachándose un poco para no darse con el cerco.Enseguida reconoció a Sergio y con una sonrisa y un apretón de manos nos dejó entrar.Dentro del local el aspecto era diferente; estaba decorado lujosamente, no correspondía con aquel edificio que parecía que se iba a derrumbar en cualquier momento.Al cruzar la primera puerta, una señorita con un antifaz nos llevó a una pequeña habitación totalmente blanca, con un pequeño ventanal en medio de una de las paredes, y en el centro una mesita redonda, también blanca que parecía que la pintaron al mismo tiempo que la instancia; sobre ella, unas pegatinas color marrón carne, unos antifaces de diferentes formas y tamaños, y unos aparatos parecidos a unos cascos de escuchar música con un pequeño micrófono a uno de los lados.Me entró la risa, me recordaba a los micros que usaban algunos cantantes en sus conciertos y pensé que me iba hacer cantar como en un karaoke. –Vamos, desnúdate –dijo Sergio, sacándome de mis pensamientos. – ¡¿Qué me desnude?! –pregunté. –Claro, ¿no me vas a decir ahora que te da vergüenza desnudarte delante de mí? –No, no es eso, solo que no entiendo por qué nos tenemos que desnudar. –Son las reglas del juego, si quieres jugar, esto es lo que hay.No sabía qué hacer, imagine que me había metido en una especie del local para personas liberales; siempre me había llamado la atención conocer un sitio así, pero ahora estaba casado y era fiel a mi mujer. Mi curiosidad ganó la batalla, y además, nadie me podía obligar a acostarme con nadie. Decidido, me desnudé y metí mi ropa por el ventanal como había hecho él. Sergio agarró una de las pegatinas que había sobre la mesa y me la colocó sobre el tatuaje de mi hombro; un ave Fénix negro con las plumas de la cola de distintos colores, igual que el que llevaba mi mujer en la espalda.Me entregó uno de los micrófonos y me contó cómo ponérmelo, después me dio uno de los antifaces y me lo puse tapándome media cara.Intenté hablar, pero mi voz sonaba distorsionada. Sergio me explicó que era un distorsionador de voz para que nadie pudiese reconocerme en la calle, al igual que taparse los tatuajes o ponerse el antifaz. La idea me parecía bien, era una buena forma de mantener el anonimato.Salimos por otra puerta que daba a un pasillo donde solo había dos luces de emergencia encendidas; entre la poca luz y el antifaz, casi no veía y tuve que ir apoyándome por las paredes.Salimos a un gran salón, con una luz tenue, pero que se veía bastante bien. Al fondo de la habitación había una barra donde varias personas desnudas bebían de sus copas.Nos acercamos y Sergio pidió dos Copas de bourbon; cogimos nuestras bebidas y nos sentamos en una mesa vacía.Sergio movía los pies al ritmo de la música, mientras yo miraba todo lo que ocurría a mi alrededor.La vista de aquel espectáculo comenzó a excitarme; la gente se besaba y acariciaba sin ningún pudor.De repente, vi a dos mujeres comiéndose a besos en un rincón, tenían unos cuerpos de infarto; con un pequeño golpe llamé la atención de Sergio para que mirara.–Ese cuerpo lo reconozco –dijo–, he estado con ella un par de veces, es la mejor que hay por aquí, pero siempre está muy solicitada, es famosa por sus felaciones.¡Felaciones!, hacía ya algún tiempo que yo no sabía lo que era eso, mi mujer decía que le daba asco.Seguí observando a las dos mujeres se me comían con ferocidad la una a la otra. La conocida de Sergio me miró fijamente con unos preciosos ojos azules y me sonrió. – ¿Has visto que ojos más bonitos tiene tu amiga? –dije a Sergio que estaba mirando como una pareja hacia el amor detrás de él. –Seguramente sean lentillas, muchas de las mujeres de aquí se las ponen para parecer más interesantes. ¿Te gustaría conocerla? – levantó la mano saludándola con énfasis.Las dos chicas dejaron de besarse y se acercaron a nosotros. –Oye, yo no quiero nada con nadie, yo soy fiel a mi mujer –dije a Sergio al oído. –Eres libre de hacer lo que quieras, pero con ella tendrías el mejor orgasmo que hayas tenido en tu vida.Las mujeres se sentaron a nuestro lado y Sergio pidió cuatro copas. La mujer de los ojos azules se sentó a mi lado y comenzó a acariciarme el muslo; su mano era suave y estaba caliente por los roces del cuerpo de la otra mujer. Comencé a tener una erección; con suavidad aparte su mano. –Lo siento, pero estoy casado. –Todos lo que estamos aquí lo estamos –me dijo.Miraba aquellos ojos e imaginaba como sería hacer el amor con ella; mi miembro se encontraba cada vez más duro. Miré a Sergio que tenía la cara metida entre los pechos de la otra mujer. Me sentía incómodo, pero a la vez excitado. Le di un pequeño golpe en el hombro. –Sergio, quiero irme de aquí. –Espera un poco; no hace falta que hagas nada si no quieres, puedes mirar solamente. Di un trago a mi copa; la mujer de los ojos azules dio una palmada en el culo a su compañera, que ya estaba a horcajadas sobre Sergio. La otra mujer se levantó sin decir nada y se marchó hacia la barra donde enseguida se comenzó a besar con otro hombre.Sergio se movió hacia el final del sofá, la mujer se tumbó dejándome ver su precioso culo. (Al verla desnuda me di cuenta que a mi mujer lo máximo que le había visto era con bikini, cuando hacíamos el amor lo hacíamos con la luz apagada, porque le daba vergüenza). Comenzó a besarle por los mulsos, suavemente; yo di otro trago a mi copa, que dejé vacía. El alcohol iba haciendo efecto en mí, ya no estaba acostumbrado a beber. Me levanté y fui a pedir otra copa. Desde la barra podía ver mejor lo que pasaba en nuestra mesa; la mujer tenía agarrado el miembro de Sergio con su mano, mientras le besaba el glande y los testículos. Mi pene, cada vez estaba más hinchado, incluso me dolía; me froté suavemente para calmar el dolor, una chica, que por su aspecto debía de ser jovencísima, se acercó a mí poniéndose de rodillas.Seguía mirando a aquella mujer que hacia desaparecer los veinte centímetros de Sergio dentro de su boca; en ese momento yo deseaba ser él.Notaba un inmenso placer que provenía de mi pene, agaché la cabeza, y vi como la chica joven me estaba masturbando. Lentamente la levante y comencé a besarla, mientras no me perdía ni un segundo lo que pasaba al otro lado. Empecé a acariciar su cuerpo, tenía la piel tersa y suave. – ¿Nos sentamos dónde tu amigo? –Me susurró al oído. Hice un gesto afirmativo con la cabeza y nos acercamos a ellos. Me senté en el sofá, la chica se sentó encima de mí y comenzó a besarme el cuello y el pecho. Yo no hacía más que mirar aquel precioso culo y aquella boca que seguía chupando con avidez el miembro de Sergio. Mis manos se deslizaban por el cuerpo de la joven, acariciando sus nalgas y su vagina. –Tócala –me dijo, mientras me lamia la oreja y el cuello.¡¿Qué estaba haciendo?! Estaba siendo infiel a mi mujer con una chica que no sabía ni como era, ni como se llamaba. Lo que estaba haciendo estaba mal, pero no podía parar, no quería parar. La muchacha agarró mi falo y se lo introdujo suavemente dentro de ella; podía notar su calor. Comenzó a moverse despacio, mientras repetía “tócala, tócala”.Mi mano se posó en la parte interna del muslo de la mujer, que levantó la cabeza, me sonrió y continuó con su trabajo. Fui subiendo hasta sus glúteos, sus piernas se abrieron un poco más dejándome ver su vulva, mi mano acariciaba su clítoris, mientras ella se introducía dos dedos bajo la atenta mirada de la joven, que cada vez se movía más rápidamente. Notaba el flujo de la chica sobre mis muslos y el de la mujer sobre mi mano; volví a acariciar aquel generoso culo y subí la mano por su espalda, mis dedos se toparon con la rugosidad de una pegatina como la que yo tenía sobre el tatuaje. Mire a Sergio a la cara, parecía que estaba a punto de terminar y a mí no me quedaba mucho.Mis dedos tocaban una de las puntas de la pegatina. La joven estaba llegando al clímax y comenzó a moverse frenéticamente, arrastrándome al placer con ella.La mujer tocada su sexo, introduciendo sus dedos Sergio se vacío dentro de la boca de la mujer, unos segundos antes de que nosotros llegásemos al unísono al orgasmo; con mis dedos tiré un poco de aquella pegatina. Mientras intentaba recobrar el aliento con la cabeza de la chica sobre mi hombro miré la espalda de la mujer y pude ver que bajo la parte de la pegatina que había despegado, sobresalían las plumas de la cola de distintos colores de un ave Fénix.