Revista Diario

¿Locos como Norteamericanos?

Publicado el 26 febrero 2010 por Nmartincantero

Una se desplaza por el mundo facundo, ya sea Singapur, Nueva Zelanda o Perú, y puede lavarse el pelo con el mismo champú que habitualmente utiliza en casa; comer idénticos ravioli rellenos de setas cocinados en igualita placa vitrocerámica, servidos en la misma mesa con platos y cubiertos clavados a los que sacas cuando tienes invitados. Por no hablar de los programas de televisión, la música que suena en la radio, la cartelera de cine o las novelas de misterio.

En este mundo aplastado/aplatanado en el que vivimos ya no sólo es que consumamos lo mismo. Es que además nos parecemos cada vez más. Incluso en nuestras locuras. Esta es la tesis del último libro/reportaje del escritor Ethan Watters, uno de los co-fundadores del famoso San Francisco Grotto.

El libro se titula Crazy Like Us: The Globalization of the American Psyche (“Locos como nosotros: la globalización de la psique americana”; sin traducción al español por el momento), y se centra en cuatro casos.

¿Locos como Norteamericanos?

Uno de ellos es Japón.

A finales del siglo pasado, el gigante farmacéutico GlaxoSmithKline quería llevar su antidepresivo superventas en Estados Unidos al país asiático. El temperamento serio de los japoneses, la alta tasa de suicidios y la grave crisis económica que sufría el país lo convertían en blanco perfecto. Sin embargo, la multinacional tenía que superar un importante escollo: lo que hace que los antidepresivos sean un medicamento tan lucrativo en EEUU, donde la depresión es una enfermedad de andar por casa, era totalmente nuevo en Japón, que lo considera un mal muy grave que requiere atención altamente especializada.

Así que la farmacéutica echó mano de sus creativos para frivolizar la enfermedad con unos anuncios que hablaban de un simple “constipado del alma”, y enseguida consiguió que los japoneses consumiesen pastillas como quicos.

Dicho de otra manera: los japoneses no sabían que tenían un problema con la depresión hasta que los creativos de la farmacéutica se lo dijeron. Algo similar ocurrió en Sri Lanka, donde los técnicos occidentales enviados para ayudar después del tsunami esparcieron el trastorno por estrés post traumático al explicar a los supervivientes cómo tenían que reaccionar tras el desastre; o en Hong Kong, donde la anorexia se ha extendido como la espuma por motivos similares.

Estos síntomas, escribe Watters, “se están convirtiendo en la lingua franca del sufrimiento humano, reemplazando las formas indígenas de enfermedades mentales”.

En cualquier momento histórico, aquellos que se preocupan del cuidado de los enfermos mentales, ya sean chamanes, curas o médicos, inadvertidamente ayudan a seleccionar qué síntomas se reconocerán como “legítimos”, y dan forma a las narrativas que ayudarán a entender lo que está ocurriendo. “Estas historias, ya hablen de un espíritu poseído, pérdida de semen o falta de serotonina, predicen y dan forma al curso de la enfermedad”, señala el autor.

O sea: una enfermedad de la mente no puede entenderse sin las ideas, hábitos y predisposición de la mente que lo alberga. Es una cuestión de etiquetas. Lo que una cultura llama tristeza, y cura con oraciones, otra lo llama depresión y lo trata con Prozac.

Pero esta diversidad de síntomas está llegando a su fin. En el proceso de enseñar al resto del mundo a pensar como ellos –o sea, que todo individuo que sufre un problema mental reaccionará igual que un norteamericano– los estadounidenses han conseguido exportar su modelo y transformar no sólo el tratamiento sino también la expresión de la enfermedad mental en otras culturas.

“Los arcos dorados del McDonald's no representan el aspecto más problemático de nuestro impacto en otras culturas”, señala Watters. Lo peor, indica, es que los estadounidenses están aplastando el paisaje de la psique humana, “inmersos en el grandioso proyecto de americanizar el entendimiento global de la mente”.

Mucho me temo que por aquí ya estemos en punto de no retorno. En España, como en Norteamérica, la salud del individuo está ya demasiado separada de la del grupo.

Igual hay que retomar el espíritu de la famosa proclama: "es la neurosis o las barricadas".


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