Lola

Publicado el 09 diciembre 2014 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro


   -Lola, tengo un trabajo para tí. Busca en el lugar de siempre.
La voz del sucio de Robert repiqueteó en mi contestador. Atiné a cortarlo justo antes que me dijera hermosa. Solo pensar en ese tipo imaginándome hermosa me daba nauseas, y las nauseas son peligrosas luego de un litro de Whisky.  El lugar de siempre era debajo del cartel de no bienvenidos de mi departamento. Él cree que ese lugar es seguro, tan seguro como llamar por teléfono y decir tengo trabajo para ti. Imbécil. Lo difícil era levantarme, mi cabeza hecha añicos sobre la almohada, mi cuerpo dolorido por una noche ajetreada o por lo menos eso creo. No importa, las imágenes vendrán a atormentarme luego. Mejor no pensar.
Una taza de café doble me pone en carrera, son las cinco de la tarde y la lluvia empaña mis ganas de salir. Lo único que me empuja es la maldita señora Ripley que viene a cobrarme el alquiler atrasado otra vez. Recojo el sobre engrasado  y me escapo de ella con la cabeza gacha. Escucho a mi espalda sus palabras: “Te voy a echar, perra. A ti y a toda tu mugre”. Siempre lo dice, no es verdad que tenga tanta mugre, solo mi Colt Anaconda, unas mudas de ropa, además del teléfono y la cama.  Si es verdad que si no pago me echará. Voy a tener que aceptar este trabajo, sino tendré que largarme de Viedma. Me gusta esta ciudad, sus noches son frías, su policía incompetente y su gente,  discreta.
Cruzo la calle hacia el bar, apuro una esperidina mientras abro el sobre. El tipo es guapo, eso es una suerte en mi trabajo. A veces debo dejar que me toquen tipos indeseables para poder lograr mi objetivo. Vive en Patagones, eso es bueno. Enciendo mi primer cigarrillo del día. Al lado mío un niñato prende un Lucky Strike. Me dan asco los cigarrillos rubios. Me levanto, apago su cigarrillo y vuelvo a mi trabajo. El muy gañan sale corriendo. Pago unos centavos al mozo y me largo. Esta noche el fulano da una fiesta y es mi única oportunidad de infiltrarme en su círculo íntimo. Tomo la invitación a la fiesta y una bolsita de hachís que Robert me dejó en el sobre. Ese cochino sabe mis puntos débiles. Robert no me dijo que el tipo era casado, me dí cuenta por su anillo. Entendí el motivo del trabajo. Nunca pido que me lo digan, solo me importa el cuanto se paga pero para ser más efectiva no vendrá mal tener toda la información posible. Prendo fuego con el cigarro el sobre de Rob. Salgo del Bar con lo puesto: una pollera negra, una remera que deja a entrever mi hombro y unas ridículas botas. Estaré bien en la fiesta.
Entré a la fiesta con mi petaca en la mano. Los tipos me miraban asombrados, siempre lo hacen. Ninguno cree poder conmigo. No están lejos de la verdad. Me senté alejada, cada tanto alguno se sentaba a mi lado a contarme que era escritor, que tenia mucho dinero o que trabajaba en Tv. Mi cara de desprecio los alejaba.  El tipo llegó. Su aire de superado, su camisa a cuadros y su forma de bailar lo decían todo: un perdedor. Su mujer resultó ser una morocha que usaba una remera verde desagradable. Se la veía bastante entretenida con una atractiva muchacha de rulos. Confirmado, un cornudo perdedor. Debía atraer su mirada de algún modo, ese insecto nunca se fijaría en mí por miedo a pasar vergüenza. Yo debía tomar la iniciativa. Aproveché que sonaba ballet y me arroje en medio de la improvisada pista con mis dos piernas abiertas. Todos miraron sorprendidos. En especial la morocha. Si no tuviera que trabajar le invitaría una copa. Un tipo se corrió en sus pantalones. Lo escupí en la cara por virgen. Lo importante es que ya tenía la atención de mi víctima. De allí llevarlo a la cama fue cosa de niños, su esposa seguía interesada en la de rulos.
Subí a su habitación. Nadie nos vió. Todos estaban distraídos jugando Verdad Consecuencia. Podría haberlo matado sin acostarme con él, pero debo admitir que esa parte de mi trabajo en estos casos me interesaba. Prendí un cigarrillo, me quite la blusa y el imbécil se me abalanzó. No sabía como hacérmelo. Lo odie por ello. Le pedí que se acostara, tomé algo de mi cartera. Él pensó que tendría algún juguete y se emocionó. Saque una pastilla y lo obligué a tomarla. La tomó creyéndola viagra. Murió. Tomé un trago de ron y acabé de la excitación. Maldición, ahora debo cambiarme la ropa interior. Escuché pasos, me metí en su armario. Eran tacos. No hubo ningún grito luego de que se abrió la puerta. Abrí la puerta del closet y la ví. La morocha estaba mirando directamente hacia mí.-Gracias por los servicios prestados Lola. Ahora podré casarme con Robert. Toma tu dinero y largate. La policía esta por llegar.
Me largué. Antes de salir convencí a la de rulos de irse conmigo, esa perra morocha no la necesitaba mas. Pasamos una gran noche, pero esa es otra historia.