Revista Talentos

Los abrazos

Publicado el 10 agosto 2014 por Horacio Beascochea @ecosymatices

Los abrazos

Sabés, toda historia puede reducirse a palabras. No es nuevo. La mía, la nuestra. Letra por letra. Algunas en detrimento de otras. Aprenderás a darte cuenta (ya lo hiciste. No te estaría escribiendo, sino). Palabras que espantaron el sinsentido y alcanzaron para quedarnos más cerquita de la vida.

Porque había que apostar la vida en aquellos años. Y los viejos lo hicieron.

La lluvia empapa la ventana y el cielo plomizo parece devorarse la tierra. Escribir se parece a las gotas en el vidrio. Las palabras golpean, se desvanecen y caen en hilera, mientras repaso las fotos que te traje, como si en ellas estuvieran las certezas de lo probable.

Tacho. Pienso. Muerdo el lápiz. Pido otro café. El mozo me mira y vuelve a los pocos minutos. "Gentileza de la casa", dice. Levanto los ojos y lo interrogo con la mirada. "No vienen muchas poetas, acá", se excusa.

Le sonrío y vuelvo al papel. El recuerdo de tu recuerdo sigue ahí, me persigue desde que me levanté y mi cara de insomnio en el reflejo perezoso me dio los buenos días. Y supe que tenía que escribirte. Contar tu historia, nuestra historia.

Escribo sin parar, casi como una loca, sin filtrar. Yo tuve más suerte que vos, porque una noche me dejaron en la casa de los tíos. De madrugada, con un timbrazo y unos pocos días encima. Supongo que habrán ayudado los contactos influyentes.

Entra un pibe vendiendo estampitas y un vaho de combustión inunda el bar. A nadie parece importarle. Acá es común. Nadie busca a nadie y muchos fingen preocuparse por los otros. Pero les importa poco.

Ya me contarás de tu pueblo.

Dicen que es imposible, pero yo estoy segura que crecí con tu recuerdo. Con un ruido inexplicable, casi un llanto débil. A veces, lo sentía con mayor intensidad. Otras, me era muy difícil percibirlo. Pero ahí estaba. Y no debía olvidarlo. Cómo decirte: un aleteo recurrente, el tábano de Sócrates. ¿Qué leerás? Porque estoy segura que sos un lector impresionante. Los viejos lo eran.

Por suerte están ellas. Allí fui una mañana de invierno. A escondidas de los tíos que al principio querían saber poco de esa época. ¿Has pensando en ese juego? Yo siempre. Desde muy chica. Me provocaba mucha angustia eso de taparse la cara, contar, buscar y encontrar. Una metáfora que impresiona, ¿no?

"Estoy segura que yo tenía un hermano", les dije. Y me permitieron dejar una muestra de sangre. La carrera de contador se fue al diablo y me anoté en Historia. Como no.

Traje fotos de los viejos. Son en blanco y negro te imaginarás. Se conocieron en una peña me contaron las Abuelas. Dicen sus compañeros que el flechazo fue mutuo y que poco importó la tormenta que se les vino encima.

Del secuestro hablaremos juntos. No me animo a escribirlo.

El trueno y la vibración en el vidrio anuncian que la tormenta dejó de ser pasajera, para instalarse convencida en la mañana. El agua corre furiosa, arrastrando cartones, botellas de plástico y papeles. Se lleva todo a su paso. Como la verdad.

Ahí viene el tío. Él también está emocionado por conocer a su sobrino. Ojalá que pare de llover, sino te vamos a empapar todo. Aunque eso es lo de menos. Te lo vas a tener que bancar, che.

Anoche casi no dormí. Bueno, en realidad, creo que es desde que escuché que "el resultado había sido positivo". ¿Cómo serás?; ¿Te aturdirá la multitud como a mí?; ¿O nada que ver?; ¿Más alto, más bajo? Soy un manojo de nervios. Más que de costumbre, bah.

Preguntas y más preguntas, que empezaremos a desandar de a poquito, después de las miradas, los redescubrimientos, los abrazos. Qué maravilla los abrazos, ¿no?; ¿pensaste alguna vez en ellos?


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