El último Asado con mayúsculas que comí, fue en lo de Germán. Podría decirse, por otra parte, que fue el último que comí con ellos, con la barra. Y el motivo de mis ausencias comenzó justamente en ese encuentro a fines de un verano, con la tarde que ya comenzaba a recortarse en duración, las primeras estrellas en el cielo y ese pedido inoportuno mientras preparábamos la picada en la cocina.
Estábamos solo nosotros. Germán y yo. El resto, repartidos entre hacer fuego y armar un torneo rápido en la mesa de ping pong, que acostumbrábamos sacar al aire libre.
Él se ocupaba de cortar el queso, porque le gustaba dejarlos del mismo tamaño. Mi tarea era abrir las bolsas de papas fritas, palitos salados y maní saborizado y armar dos o tres fuentes, bien distribuidos. Intentábamos hacerlo lo más rápido posible, porque el que terminaba primero cortaba el salamín, y ambos sabíamos que no existía nada más lindo que comerse las puntas durante la faena.
Pero los preparativos tuvieron un imprevisto. En realidad, lo provoqué con mi pregunta. La situación era ésta. Me había salido un negocio que no podía desaprovechar porque lo creía imperdible y no tenía un peso partido al medio. Debería acotar aquí que mi olfato para los negocios siempre fue inexistente. Y esa ocasión no sería la excepción, aunque entonces no lo sabía.
Mientras me robaba una papa de la bolsa recién abierta y saboreaba la textura aceitosa, solté la bomba.
- Germancito, no quiero joderte, pero sabés que estoy detrás de un negoción y necesito cierta guita...
Pensé que podía pedirle y disponer de unos meses para ir saldando la deuda con las ganancias que obtuviera. No esperaba que Germán, que plata no le faltaba, me preguntara cuál era el negocio. Le conté que se trataba de un proyecto inmobiliario, entrar dentro de un fideicomiso para construir un par de edificios y obtener con eso un buen dinero por las futuras ventas.
Menos esperaba que Germán me propusiera algo más interesante, conformar una sociedad. El ponía la plata y yo lo metía en el fideicomiso. Luego íbamos en porcentaje iguales con las ganancias. Según me habían pintado, podía llegar a sacar hasta diez veces lo invertido. Claro que pintar, pinta cualquiera. Picasso hubo uno solo.
Y le dije que sí, cometiendo el peor error de mi vida. Pusimos la guita, nos mostraron planos, dibujos, dónde iban a parar las inversiones, algunos gráficos que mostraban rendimientos en los intereses casi orgásmicos, más adelante pudimos leer en los diarios los avisos de venta y en la medida que pasaban los meses, nos llegaban informes por correo electrónico que nos preparaban para el comienzo de las obras con casi todo vendido.
La última noticia que tuvimos, fue a través del canal de cable, donde un montón de compradores mostraban pancartas con la palabra estafa y quería destrozar las oficinas que para entonces, estaban abandonadas. Por fortuna los nombres de los inversores jamás salieron a la luz, sino, quizá nos quemaban las casas. Pero en la estafa, también caímos nosotros. ¿Dónde estaba nuestro dinero? Esa fue la primera pregunta que me hizo Germán, a las nueve de la noche de un jueves, ni bien le abrí la puerta de calle. No entró, se quedó parado, con gesto de incredulidad. La repitió, pero ahora en primera persona. ¿Dónde está mi dinero?
Ese pronombre posesivo fue determinante para que mi cabeza hiciera un click. Yo no había perdido un peso. El que había invertido una cantidad considerable (y mejor no mencionemos la cifra, para no infartar a nadie) había sido Germán.
Traté de calmarlo, pero recibí un puñetazo en el medio del rostro. Desconcertado y tambaleante, logré asirme del marco de la puerta, solo para ser destinatario de un empujón que me hizo caer de espaldas. Luego me puso un pie sobre el pecho y ejerciendo presión, hizo que sintiera lo que un pez cuando sale fuera del agua. Cuando vio que estaba morado, sacó el pie, pero se agachó, me tomó del cuello y me levantó, para finalmente gritarme cara a cara que quería la guita de vuelta o mi vida se iba a convertir en un infierno.
Lo creí exagero, producto de la bronca del momento. Consulté a los muchachos, dado que quizá era el que menos conocía a Germán, dado que me había integrado a la barra cuando ya estaba conformada. Cada uno me dio un consejo diferente, pero todos me dijeron que lo mejor era que tratara la manera de resolver el asunto. Germán, aparentemente, solía ser algo "irritable".
Tras esa visita y haber visitado a los demás chicos al día siguiente, traté de hablar con Germán. Me atendió por el portero eléctrico y su tono áspero prevaleció durante el breve diálogo. Quería la plata. Eso o el infierno en mi vida. Y me prometió muestras de lo que me esperaba para dentro de muy pronto.
No sospeché que esa prontitud sería casi inmediata. Esa misma noche me balearon el caniche toy, que había dejado salir para que hiciera sus necesidades. El pobre Toby terminó con más agujeros que un cola pasta.
Fui al día siguiente a increpar a Germán, pero negó toda responsabilidad desde la fría comunicación del portero eléctrico. Sin embargo, pude darme cuenta que me observaba desde la ventana y que en su mano sostenía una pistola.
Dos días más tarde arrojaron nafta en todo el frente de mi casa. El detalle fue la caja de fósforos en el umbral de la puerta. Venía envuelta con un moño rojo.
Luego me robaron el portón del garaje. Aunque parezca mentira, solo el portón. Compré uno esa misma tarde y a la noche volvió a desaparecer. Opté luego por levantar una pared. En el peor de los casos, si alguna vez tenía un peso y podía comprarme un auto, la tiraba abajo y volvía a poner un portón.
Por esos días fue también que pintaron toda la casa de negro. Luego de rosa y finalmente con los colores de River. Como hincha de Boca, eso me dolió. Dejé un día más para ver si lo pintaban con otra cosa, pero al no pasar nada, tuve que mandarlo a pintar de blanco. Inmediatamente, al día siguiente, la casa apareció pintada de amarillo fluorescente.
Me conseguí otro perro. Un pastor alemán. Al menos para que ladrara. Me acompañó solo por doce horas. Amaneció con una estrella ninja en la garganta.
Un fin de semana que no estuve, me saquearon la casa. Incluido el tanque de agua. Por cada cosa iba hasta lo de Germán, pero él me negaba todo. La policía ya no acudía tras mis llamados. Para entonces sospechaba que todas mis desgracias eran auto inflingidas, con el fin de cobrar algún extraño seguro.
Supe que con el resto de la barra seguía reuniéndose, pero a mi no me daban aviso. Los muchachos me veían después, o se acercaban ante cada nueva desgracia, y me preguntaban por qué estaba desaparecido. De alguna manera Germán los manipulaba para hacerles creer que no quería ir. Aunque seamos sinceros, con todo esto que me estaba haciendo, difícilmente hubiese ido, por más que él intentara seguir demostrando que nada tenía que ver.
Tal como me lo había prometido, mi vida era un infierno. Me hackearon el correo electrónico y se enviaron mails desde mi casilla a distintas personas con efectos dispares: mi jefe me echó del trabajo, mi novia me dejó porque en teoría le había mandado declaraciones de amor a su hermana, mi madre dejó de hablarme luego que aparentemente le confesara que yo era homosexual y la consideraba una vieja trola, una prima remota me acusó de pervertido tras rechazar una invitación a una orgía que parece se iba a realizar en mi casa... y creo que me quedo corto en los ejemplos que acabo de enumerar. He tratado de olvidar algunos y otros, a duras penas, trato de conciliarlos de alguna manera cada vez que me voy a dormir.
Sin trabajo, novia, amigos, familia y con una casa desmantelada, solo quedaban dos opciones. Hacerme valer ante Germán o pegarme un tiro. Reconozco que siempre fui lento para tomar decisiones y de la misma manera que no tengo olfato para los negocios, soy un desastre planificando. Mezclo, confundo, no me organizo, digo una cosa y hago otra... en el papeleo de la vida, ser así es una desgracia.
Aunque en este caso, quizá, fue la respuesta a mis problemas. Hoy es un día nuevo, un día de volver a comenzar. Por eso es que los muchachos están en el patio de casa, preparando la picada. Falta Germán, por supuesto, pero eso es entendible. No se lo puede culpar por el imprevisto. En realidad, habría que culparme a mí. Pero mejor que no lo sepa nadie. La vida sigue, de la misma manera que el mundo no para de girar. El fuego está en su punto justo y en cualquier momento pongo la carne al fuego. Aquí no hay mesa de ping pong, pero todos se prendieron al truco. Estoy feliz. Verlos de nuevo, es nacer de nuevo. ¿Qué sería la vida sin los amigos? Aparecieron sin chistar, algo sorprendidos por la invitación, pero felices de verme. Nadie preguntó nada, salvo por Germán, claro. Y viste como es, le dije uno a uno, a medida que llegaban, el tipo ahora que recibió el pago se está dando la buena vida.
Uno es despelotado de sobra, no falta aclararlo. Era hacerle frente o meterme una bala. Mezclé un poco las cosas y terminé presentándome hace dos noches en la casa, le tiré abajo la puerta y cuando salió a hacerme frente, le metí una bala. No fue fácil limpiar el lugar para no dejar rastros y menos sacar el cuerpo y traerlo para acá. Por suerte los muchachos en un rato me dan una mano para que no quede nada que me delante. Es verdad, no tienen la menor idea, pero mientras menos pregunten, mejor van a ir las cosas. Meta vino y cerveza ahora, algo de fernet, para cuando esté la carne, no van a saber si es vaca, chancho o Germán. Al fin de cuentas, lo que importa es la amistad y saber compartir un encuentro. ¡Qué sería esta vida de mierda, sin los amigos cerca!