Revista Diario
Estoy yo más enganchada a los amores del Terro que una maruja a la novela del mediodía. Pero es que, entiéndanme, que no sólo es por la parte suegril que me toca, sino es que esto tiene más capítulos que La dama de rosa y cada uno te deja con más intriga que el anterior. Esta vez, fui mala. Lo reconozco. Me salió un ramalazo suegril de "este es mi niño y a mi niño no lo toca nadie" que, a mi lado, mi suegra parece Heidi. Os cuento. El jueves, el Terro volvió cabizbajo del colegio. - ¿Qué te pasa, amor? - le pregunté, solícita. - Que las mujeres son todas unas mentirosas. Nótese que el Terro es XY. Que los XY tienden a generalizar. Siempre. Que si un hombre aparca mal, dirán: "Pero qué paquete que es este tío", pero que si es una mujer la que lo hace, todos, sin excepción, dirán : "Pero qué mal que aparcan las mujeres". Así que no me lo tomé demasiado en serio. Y fui al grano. - ¿Por qué dices eso? - Porque ....¿te acuerdas de que Patricia me había dicho que no tendría novio hasta los 16 años? Ay, ay, ay, qué me veo venir lo que sigue. - Pues es mentira - chilla él rabioso - Mentira cochina. Porque ahora su novio es Daniel. - A lo mejor, no...- intento yo, apaciguadora, pero sin creérmelo ni yo misma. - Es que - explica Susanita - yo le llevé hoy esta carta del Terro a Patricia. - ¿Qué carta? - ¡Dios mío! Estoy criando a un Cyrano de Bergerac sin saberlo... Susanita me tiende un dibujo de un gatito, con un bocadillo en forma de corazón que pone : "Patricia, me gustas. El Terro". Debajo, otra persona con una letruja diferente, había puesto: "No te gusto porque me peleas. Así que déjame en paz". Uy, uy, uy. - ¿Le peleas? - pregunto al Terro, intentando contener la risa. - Es que me mintió - explica él, desesperado - Y mentir está mal, ¿verdad, mamá? - Sí, cariño, mentir está mal. - y, entonces, me asaltó algo (que aún no sé lo que fue: ¿revancha por tantas situaciones similares? ¿ramalazo suegril? No tengo perdón de Dios) - ¿sabes lo que vas a hacer? - ¿Qué ? - preguntó el Terro, con una chispa de interés en la mirada. - No sigas detrás de ella. Como si no te importara nada. Mañana le dices que vamos a invitar a Catalina a merendar el sábado. Que ya que no te quiere, te vas a buscar otra. Verás cómo le chincha. El Terro se quedó un rato pensando. Y luego, una ancha sonrisa se instaló en su carita llena de pecas. - Eso, eso es lo que voy a hacer. Al día siguiente, juro que no aguanté ni diez segundos después del beso de rigor. - ¿Cómo fue? ¿Se lo dijiste? Él sonríe con una sonrisa cómplice y responde: - Le sentó a cuerno quemado. Maldita psicología femenina.