Desde un tiempo a esta parte, el universo literario se ha visto copado por una avalancha de literatura "noir" proveniente de los países más norteños del continente. El fallecido Stieg Larsson abrió la puerta con su trilogía de "Millenium" y el mercado se dejó conquistar por un nuevo concepto de detective, actual y moderno, tan ducho con las tecnologías como lo habían sido hasta entonces con la lupa y la libreta de bolsillo. Y su llegada ha forzado la retirada de aquellos hombres torturados y cetrinos, envueltos en gabardinas y humo de tabaco. Es triste pensar que acabarán perdiéndose entre polvo y tiempo, pero si alguna vez llegaron a conocerles sabrán que los buenos detectives nunca dejaron de perder.
Las palabras que escribo a continuación son mi particular epílogo a estos sabuesos, y en especial al más duro y humano de todos ellos. Antonio Carpintero, "alias" Toni Romano.
Recuerdo la última vez que le ví. Estaba allí acodado en la barra del bar Oriente, mientras el camarero chino retiraba un carajillo de debajo de su bigote. Los años no le habían tratado bien, pero a mí tampoco y de todas maneras ya eran las cuatro de la mañana y los gatos de este barrio siempre son pardos.
- Toni Giró la cabeza por encima de su hombro, los puños cerrados y los codos pegados al cuerpo. Porque ante todo era boxeador, de los que siempre esperan el golpe. Sonreí. - Toni, macho, ya no nos queda ni el "Oriente". Joder lo que cambian las cosas. Ahora sonreía él, con su cara de mongol triste. Me apartó un taburete y le hizo una seña al camarero. - Ginebra caliente con limón. Y... - Otra de lo mismo, que hace rasca. - Me arrebujé en el abrigo. - ¿Y cómo van tus casos? - Fríos. Como tus historias, parece. - ¿Y eso? - Porque estás en plena madrugada bebiendo ginebra con sabor a aguarrás y haciéndole compañía a un servidor y a un chino. - Señaló al camarero con el pulgar - Y hay al menos tres cosas en esa descripción que no casan con la imagen del éxito. Me reí por lo bajo y tomé un sorbo de la ginebra, que sabía efectivamente a aguarrás. Cuando volví a hablar mi voz sonó un poco más ronca. - Siempre has tenido un pico de oro, Toni. Un pico de oro y una suerte de mierda. Y sin ánimo de ofender a tus habilidades de deducción creo que esa es la razón por la que tú estás aquí, de madrugada, bebiendo aguarrás.
- Te acompaño un trecho, entonces.
- Eres un poco feo para ser mi niñera, pero como quieras.
Durante todo el camino que hice con Toni nadie dijo una palabra, mientras resonaban nuestros pasos en unas calles que eran espejo de una evolución que nos había dejado de lado. Donde antes habían bares, ahora había McDonald´s, tiendas de ropa gótica y un par de Sex Shops. Un adelanto, según se mire.
Al doblar la esquina donde nos íbamos a separar le dí la mano por última vez.
- Cuídate Toni
- Ya. Tú igual, C. Se giró, dió un par de pasos y se volvió - ¿Sabes? A veces pienso que ellos ganaron. Que después de todo acabaron ganando. Yo sabía quiénes eran ellos. Bastaba con leer el periódico, cualquier periódico y allí estarían, empuñando un cuchillo, una pistola o una declaración de juicio nulo. Ahora que lo pienso tendría que haber dicho algo, pero no se me ocurrió y él no quería esperar a oírlo. Se dió la vuelta y se fue, con la gabardina goteando soledad y los hombros encorvados. Porque ante todo era un boxeador, de los que saben que la vida nunca amaga el golpe. No sé dónde estará ahora, pero estoy seguro de que a su manera intentará arreglar algo de este jodido mundo. Porque los buenos detectives nunca dejaron de perder.
Pero los mejores nunca dejan de intentarlo.