Los colores primarios
Amarillo vivía solo junto a su campo de maíz. En primavera plantaba las semillas, y en otoño recogía el maíz con el que fabricaba su propio alimento. No necesitaba ayuda para vivir, pero su pequeña casita de paja no lo protegía del frío invierno tan bien como le habría gustado. Sin embargo, no podía pedir ayuda a Azul y Rojo, a quienes miraba por encima del hombro por su modo de vida que Amarillo consideraba atrasado. Azul era un soñador. Se pasaba el día observando el cielo, imaginando que vivía en las nubes. Sin ir más lejos, su casa se encontraba bajo el mar azul, y todo su alimento consistía en agua. Por eso estaba muy delgado, y se sentía solo. Rojo cosechaba tomates, cerezas y cualquier tipo de alimento que llevara el color que le daba nombre. Vivía solo en una robusta y alta casa de tejas desde la que podía vigilar los alrededores: su huerto, así como el terreno de Amarillo y el mar de Azul. Un invierno muy frío en que el agua se heló, Azul salió de su casa haciendo un agujerito en la gruesa capa de hielo que se había formado en la superficie del mar. Picó varias veces a la puerta de Rojo y le pidió cobijo, ya que temía morir helado en el agua. Pero Rojo se limitó a observar por la mirilla, esperando que se marchara tras chillarle que no pensaba abrirle la puerta.
Desesperado, Azul corrió a pedir auxilio a Amarillo. “Primo”, le dijo, “voy a morir de frío. Por favor, ayúdame.” Amarillo abrió la puerta, apenado y temeroso por la seguridad de Azul, pero le corrigió antes de dejarlo entrar: “Primo, no; primario. Rojo, tú y yo somos colores primarios.” Amarillo se sentía profundamente emocionado por la amabilidad de su primario. Sin pensarlo, abrazó afectuosamente a su salvador, y una lágrima de agradecimiento cayó hasta el hombro de Amarillo. Esta lágrima resbaló hasta el suelo y allí, de la mezcla de Azul y Amarillo, nació Verde. Durante la siguiente primavera, Verde hizo crecer en los alrededores de la vivienda de Amarillo unos frondosos bosques verdes, así como un césped con agradable aroma que llegaba hasta la puerta de casa. Azul ayudaba a regar toda esta vegetación para que creciera sana y fuerte. Rojo, cargado de rabia, observaba lo felices que eran los tres en esa pequeña casucha de paja. En ocasiones se acercaban también al mar para darse un chapuzón, sobre todo durante las altas temperaturas veraniegas. Pero Rojo se empeñaba en valerse por sí mismo, aunque, cuanta más rabia sentía, más calor creaba a su alrededor. Un día, Rojo escuchó unas risas especialmente ruidosas. Se asomó por la ventana de su casa de tejas (que daba al enorme jardín de colores de Amarillo, Azul y Verde) y vio a sus tres vecinos correteando, jugando a atraparse y rodando sobre el césped. Al verlos tan felices, se puso rojo de rabia. Su enfado era tal que el calor comenzó a ser insoportable dentro de las paredes de la casa. La temperatura aumentó hasta tal grado que, cuando cerró las cortinas para no seguir viendo cómo sus vecinos se divertían, éstas ardieron al contacto con su mano.
Del contacto de las lágrimas de Rojo con Amarillo, nació Naranja
Del contacto de las lágrimas de Rojo con Azul, nació Violeta.
Después de aquel incidente, todos los colores, primarios o no, comenzaron a vivir juntos. La casa de Azul (el mar) para el verano. La casa de Amarillo (hecha de paja), para la época de cosecha. Y la casa de Rojo (de tejas), para el invierno.
Juntos consiguieron un mundo alegre y lleno de vida. Y, con el paso del tiempo, fueron capaces de crear más colores con los que inventar nuevos paisajes.
Fin