Revista Diario

Los columpios no funcionan

Publicado el 28 julio 2011 por Negrevernis

Niña Pequeña no quiere columpiarse porque no hay otros niños en el parque infantil que la acompañen en la empresa. No sé cuál es el oscuro mecanismo que impide poder jugar solo...
Asoma por la esquina una madre; la conozco: vive por el barrio. Rizos rubios oxigenados, gruesos labios de carmín rosáceo, estatura baja. Una niña que se parece a ella, pero morena -aventuro yo que herencia de su padre- trota delante de ella, mientras que la mujer pasa de largo delante del primer banco y se acerca decidida hacia mí. Me temo que querrá conversación, pero yo sé ya que no tengo nada que decir, mientras señalo con el dedo la página de mi lectura. Me saluda amable -no insistas, no hablaré de nada más contigo- mientras su hija le pide a Niña Pequeña el cubito rojo de Hello Kitty. Niña Pequeña sale disparada hacia el columpio, tal vez impulsada por ese resorte infantil que le hace tener la premonición de que ya sí -esta vez sí- el columpio funcionará porque ya son dos en el parque; trepa por las cuerdas, apuntala las rodillas en el asiento, hace fuerza con los brazos y logra sentarse, mientras la otra -rubios rizos saltando como muelles sobre sus hombros- acompaña a la pequeña al otro asiento.
- Vamos, amooooor, que la niña es mayor y sabe subiiiiiiiir solaaaaaa -dice, con esa voz melosa de quien se sabe en posesión de un retoño único y especial.
Vuelvo a mi lectura, exactamente donde la dejé. Miro de reojo para comprobar que Niña Pequeña sigue intacta y no ha dado una vuelta doble de campana en el columpio. Llega el padre de la otra niña, incipiente barriga, pero pelo negro como yo aventuraba. La mujer muda su cara al verlo acercarse, seguro, hacia la barrera multicolor del límite del parque; se aparta del columpio, da la vuelta y abandona a la niña para sentarse en el primer banco que ignoró al principio, parapetándose tras la sillita de la hija. Ya no sonríe, ya no saluda. Unas gafas oscuras y gruesas contra el sol, de esas que intentar disimular un llanto, pero lo hacen más evidente, han aparecido de algún bolso que no veo. El hombre atiende solícito a la hija, mientras Niña Pequeña intenta sacar su columpio de sus goznes, tal es la velocidad alcanzada en el impulso.
Dejo pasar el tiempo y logro leer seguida, sin interrupciones, una hoja más de mi libro. A la hora en punto recojo los trastos -hay que ver cuántas cosas se deben traer a un parque. Niña Pequeña se despide de su compañera.
- Adiós -le digo a la rubia oxigenada.
- Adiós -responde ella, tal vez esperando que pase el tiempo asignado para que el hombre le devuelva a su hija.
Los columpios no funcionan.


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