Revista Talentos
Los conyacentes
Publicado el 23 abril 2012 por Fruela- Para mí, ella y tú sois lo mismo. Ambos sois mi familia y, con mis hijos, todo lo que tengo. Al principio (fue después de haber venido a Putney) traté de mantenerla a distancia, pero ella no lo comprendió y se mostró tan dolida que yo, naturalmente, me apresuré a tranquilizarla y entonces tampoco yo pude evitar, como quien ha estado largo tiempo falto de cualquier cálido afecto femenino, sentirme conmovido por su devoción de hermana. Tú mismo lo deseaste. Y en la pura intimidad de mi corazón vi en tu esposa un nuevo anillo de nuestra triple unión. Cuando me di cuenta de que ella se dejaba arrastrar cada vez más por la pasión, creí que era resultado de su ardoroso carácter y de su incapacidad para controlarse...
- No existe ninguna esperanza en esa unión. Y así continuará durante trescientos sesenta y cinco días al año, o trescientos sesenta y seis si el año es bisiesto. ¡Castigo del diablo! ¿Y qué creo yo? Creo que el hombre duda, en su juventud, qué presa tomar entre los dientes; a cierta edad se hace con una u otra presa, y la retiene tan firmemente que no se la podrían arrancar ni a estacazos. Y luego se pasa el resto de la vida galopando con ella. Este último periodo se llama madurez.
*Autor desconocido (1861): "Nikolai Ogarev y Alexander Herzen". **Carta de Alexander Herzen a Nikolai Ogarev (1857). ***Nikolai Ogarev (1858): Casa de orates, o un día de nuestras vidas.