Revista Diario

Los dados del siempre 7.

Publicado el 30 agosto 2011 por Maricari


Era un jugador empedernido, desde pequeño siempre había tenido un par de dados en su mano, agitándolos y soplándolos de vez en cuando para atraer su suerte interior a la apuesta. A veces apostaba contra sí mismo, practicar lo llamaba, y siempre obtenía un 7, el 7 ganador, el 7 de los dioses, el mágico 7.

Los dados del siempre 7.

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Su primer juego de dados se los hizo su padre, tenían que combatir el frío y el tiempo muerto. En invierno no se caza, todo está helado, se vive en la choza de las provisiones del verano y se cortan los cubitos de hielo con el cuchillo rematándolos con muecas en forma de agujeritos, siempre con el mismo patrón. Se parte de la cara superior para el 6 y su opuesta será el 1, y las 4 caras que quedan será el 5 su opuesto el 2. Y entre el 5 y el 2, colocamos el 4 y en su opuesto el 3, de tal manera que siempre una cara y su opuesta suman 7. La maravilla del 7 en un dado, luego igual con el segundo y comienza la tirada adrenalítica. 
Llevaba muchos años jugando siempre con los últimos, unos que le hizo su abuelo antes de morir, era incapaz de jugar con otros,  estaba seguro de que la suerte de su ancestro había pasado a aquellos dados, porque todas las tiradas, absolutamente todas, sumaban 7, no fallaban nunca. ¡Eran dos dados mágicos!

Ganaba dinero apostando contra todos los de su poblado e incluso había ganado un caballo a un jefe de un poblado más al sur. Este perdedor le contó que casi en zona de blancos se jugaban apuestas más altas, corría más el vicio de probar suerte y ésto le animó, por lo que comenzó su autostop hacia ese lugar, al pueblo fronterizo y cuando llegó allí, oyó hablar de otro lugar más espléndido aún para su juego, un desierto llamado Las Vegas. Un desierto dónde él podría ganar mucho dinero, con su habilidad y la suerte de su ancestro estaría forrado en un par de días y ¡Sería rico para siempre! Estuvo cavilando toda la noche mientras jugaba y ganaba, no lo tenía muy claro, era alejarse mucho de su poblado, de los suyos, pero alguien le pasó una tarjetita lujuriosamente manoseada cuyo sordo sonido mecíó en su cabeza jeroglíficos de neón que escribían "Las Vegas". 


Hizo su petate otra vez y con las ganancias de la frontera, siguió en autostop, tardó tres días en los que casi no comió ni durmió, se alimentaba de las historias fantásticas que le habían contado sobre Las Vegas; allí se nada en la abundancia; hay chicas guapísimas por doquier que te sirven ricas bebidas; te puedes hacer el rey; si tienes suerte serás el amo y ganarás mucho dinero, y de eso, era de lo que más tenía él, tenía sus dados del "siempre 7". Cuando entró en la ciudad era de noche, y jamás había visto un lugar con tanta luz ni tan despreocupado de la mala suerte. Todo era alborozo y algarabía, felicidad y risas, voces y estallidos de campanillas por doquier, aunque no era el País de Nunca Jamás era el País de Por Siempre fantástico. 
Y eligió el casino más grande, el más deslumbrante y penetró su mano en su bolsillo en busca de sus adorados dados "siempre 7", pero no estaban, sintió una gran angustia en su alma y en su herencia, sus mágicos dados no estaban pero sintió su mojado rastro.
P.D.: "Perseguimos utopías que nos hacen abandonarnos a nuestra suerte, por nuestro bien, ¡Que no estemos despiertos!"
{¡B U E N A_____S U E R T E!}
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