La idea de éxito y fracaso es tan relativa que me ha parecido muy interesante la reflexión de Ana sobre su “día tonto”. Estoy completamente de acuerdo con ella en que la satisfacción por un trabajo bien hecho se duplica si además te lo reconocen, sobre todo si el que lo hace no es tu pareja mientras se lo cuentas a la hora de cenar sino el destinatario de tus horas de esfuerzo, o sea, tu compañero de trabajo, superior, jefe o cliente final. Parece que es más fácil criticar el más mínimo fallo o demora que agradecer un trabajo bien hecho, con lo que cuando de vez en cuando (muy de vez en cuando) recibes una llamada para agradecerte una gestión bien hecha se te queda cara de mascota a quien acaban de dar una galletita de premio.
Mi idea de éxito ha ido evolucionando a lo largo de los años. Cuando era joven para mí el éxito estaba ligado indiscutiblemente a un buen trabajo donde consiguiera una buena solvencia económica. La palabra éxito iba ligada al mundo profesional, mi padre me presionaba para que estudiara Derecho y ejerciera una profesión con “prestigio”, abogado, Juez, procurador… lo que para su generación significaba casi un saludo con inclinación y besamanos. Eran otros tiempos.
Por supuesto, y como en tantas otras cosas, no le hice caso, sobre todo porque no me atraía nada ni los estudios ni el posible futuro profesional, así que preferí embarcarme en una carrera de letras que aunque no tenía muchas salidas millonarias por lo menos podía estudiar a gusto. Por supuesto mi trabajo actual no tiene nada que ver con ella, pero eso es algo normal en los tiempos que corren.
Con el paso de los años he aprendido a valorar lo que de verdad es el éxito y aunque mi padre y muchos de su generación lo siguen midiendo con el mismo baremo, que tiene que ver más con el dinero y la proyección profesional en la sociedad que con la vida personal, para mí eso ya no tiene importancia.
Considero un éxito (por no decir un imposible) el conseguir que tu vocación se convierta en tu trabajo, independientemente de que esta sea la de pintar, escribir, curar, cuidar rosales o hacer pasteles, sobre todo si te permite vivir de ella. Y aunque no me vuelve loca mi trabajo, me gusta el ambiente y mis compañeros, además he conseguido amoldar el horario para no ser esclava del mismo y consigo pagar las facturas a final de mes, con lo que en la faceta laboral estoy bien servida, en lo personal… soy feliz, tengo dos hijos a los que adoro, una pareja estupenda que me hace reír y una familia sana y unida, así que creo que ahí si que rozo el éxito total.
Y si tengo un día tonto siempre puedo acabar haciendo un pastel, la satisfacción del trabajo bien hecho junto con las felicitaciones de mis hijos (salga como salga el bizcocho) me convierten en la mejor madre del mundo, y eso siempre levanta la moral.