A pesar de estar en carnaval y de estar en fiestas por esta tierra, siempre hay un motivo de asombro o de tristeza, según se mire.
Todos hemos utilizado los diccionarios en alguna ocasión, ¿verdad? En la niñez y juventud, por estudios, y después para aumentar nuestro vocabulario, sobre todo si se pretende escribir con cierta calidad. Claro que ahora se busca la palabra en Google y listo, pero el mirar entre las páginas de un diccionario clásico es algo que aún me atrae y me permite rememorar otros momentos y situaciones que siguen estando ahí, en algún rinconcito de mi memoria.
Pero dejo la vena nostálgica y me voy al grano.
Hoy, es cuchando la radio como otro día cualquiera, fui consciente (no es que no lo fuera antes, la verdad) de cómo los políticos tienen una carencia enorme: los diccionarios nunca han formado parte de su vida, o bien estaban incompletos.
No me refiero a que utilicen palabras malsonantes, fuera de lugar o inexistentes, eso ya lo conocemos, sino a la cantidad de palabras de las que desconocen su significado.
¿Cuántos políticos veis que sepan el verdadero significado de palabras como ética, responsabilidad, dimisión, dignidad, humildad, modales, sinceridad…?
Intentarlo, de verdad, os daréis cuenta que es toda una aventura lograr resultados positivos.
Claro que esto no quita que se les llene la boca de palabras como valores o humanismo cristiano —según definición, es una técnica social que defiende la realización del hombre y lo humano basándose en los principios cristianos—. Pero, ¿si se desconocen dichos principios o no se sabe como utilizarlos?
Lo que no me cabe ninguna duda es su conocimiento sobre otras palabras (tanto que son utilizadas al igual que un dogma de fe) como egoísmo, prepotencia, poder, insultar, humillar, menospreciar…