Sin duda alguna, don Hipólito era el personaje más curioso y divertido que había en todo el pueblo. Era gordo como un hipopótamo y tenía la cabeza más dura que la campana de la iglesia; pero lo más característico de don Hipólito es que era un rebuscado; guardaba cuidadosamente en su cabeza todas las palabras raras que oía y las usaba después en su conversación, aunque no vinieran a cuento. Raro era el día que no pronunciaba su buen discurso en la cantina, y sus discursos eran muy divertidos, porque siempre estaban llenos de disparates.
En el pueblo de don Hipólito no tenían agua corriente en las casas, y para que bebieran las ganaderías debían llevarlas al río. Don Hipólito pensó mucho sobre este asunto y, finalmente, decidió construir una pileta y una cañería que le suministrara agua desde un pozo que tenía al lado de su casa.
Por eso aquel día pensó anunciarlo en la cantina, y después de buscar en su cabeza unas cuantas palabras raras, largó a sus vecinos el siguiente discurso:
-Vecinos, ya saben ‘fue en este pueblo nos encontramos en una grave penuria de recursos hidroeléctricos; por eso, y contando con que nuestros medios hidrográficos son rudimentarios, he decidido construir una pileta para que mis ganados puedan hidratarse convenientemente -don Hipólito respiró hondo, miró el efecto que sus palabras habían causado entre sus vecinos y, satisfecho, continuó diciendo-: Para celebrar este primer paso hacia el progreso y hacia la hidráulica, les invito a un trago.
-¡Muy bien!
– ¡Bravo por don Hipólito!
Y los que más lo aplaudían eran los hipócritas que a su espaldas se burlaban de sus discursos; pero don Hipólito, que no entendía de hipocresías, brindó con todos en honor del progreso que, gracias A él, iba a hacer su entrada en el poblado.
Al llegar a su casa escribió una carta a unos expertos en aquel tipo de instalaciones.
A los pocos días éstos se presentaron en el pueblo y le mostraron uno. Dibujos de distintas piletas. Casi todo el pueblo los rodeaba, y don Hipólito se sintió persona importante y no pudo resistir a la tentación de pronunciar alguna frase importante; observó atentamente uno de los dibujos, y preguntó:
-Me gusta éste, pero ¿tiene todas las hipotenusas en su sitio?
El buen hombre no sabía qué responder, pero viendo de qué pie cojeaba don Hipólito, dijo con mucha seguridad:
-Por supuesto, señor; nuestros trabajos son de la mejor calidad.
-Con esa hipótesis, pueden comenzar el trabajo.
Los hombres comenzaron a trabajar, y todos los del pueblo observaban con atención lo que éstos hacían. Don Hipólito se moría de curiosidad por ver cómo lo hacían, pero para dar a entender que había visto hacer aquello muchas veces se fue dando un paseo hasta el río.
Cuando regresó pudo comprobar que todavía no habían terminado de instalar la pileta.
-¿Por qué no han terminado los trabajos?
-Es que no nos ponemos de acuerdo sobre la altura a que debemos poner la pileta.
-¿Sólo por eso? Pues es bien fácil de resolver.
Diciendo esto, don Hipólito se inclinó como si fuera a beber y exclamó:
-Háganlo de esta altura; porque, de la misma manera que yo bebo, puede beber cualquiera otra bestia.
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