Los Divisaderos

Publicado el 10 mayo 2010 por Evaristor

Autora Invitada: Beatriz Mayoral

El viernes muy temprano salimos a Los divisaderos. El camino de terracería llega direcamente a la casa de la Tía.

Estar ahí es como ver una película del viejo oeste pero desde adentro.... en 3D. Unos cuartos son de adobe y otros de piedra; las ventanas, pequeñas, tienen rejas de madera hechas con barrotitos de una pulgada. El techo de la casa es de lámina de dos aguas, muy inclinado. Me sorprendió cuando Juan Carlos me dijo que tiene mas de 30 años... la lámina está completa.

Junto a la casa, pero no adentro, está un cuarto con paredes de varitas tejidas y techo de palma: es la cocina que en el centro tiene un fogón con 4 hornillas. Me pregunté cómo sería estar preparando el desayuno mientras veo los verdes cerros por la ventana.... es más, la cocina no tiene ventanas, es un poco al aire libre.

La casa tiene unos tres años abandonada porque al enfermar, la tía se fue a vivir a La Paz. Después de que ella se mudó el gobierno les instaló celdas solares y agua entubada, por eso es la única casa que no tiene luz ni agua corriente, pero tiene un pozo rebosante y un arroyo en el patio trasero.

Como todos son parientes de Juan Carlos fuimos a visitar otras casas y platicar un rato. Más o menos todas tienen el mismo diseño. Un porche largo muy agradable, que ellos le llaman corredor, en donde tienen unos muebles de tiempos remotos y muchas jaulas colgadas con cenzontles, cadernales y unos pajaritos muy amarillos.

Hay mucha leña y agua, de modo que es muy poco lo que uno necesita ahí para vivir. Hay tres lámparas de alumbrado público, pero creo que son demasiadas porque cuando se mete el sol, la gente ya no sale de su casa hasta poco antes de que el sol vuelva a salir.

Casi todos son ancianos y solteros, de modo que su principal ocupación es... vivir, creo yo. Algunos tienen vacas, chivos, cochis y gallinas. Algunos tienen pequeños viveros rebosantes de plantas y flores de asombrosa variedad. Dicen que la gente llega de La Paz a surtirse en estos viveros. Y cómo no, si la planta que escojas, desde un helecho hasta un brocado, pasando por geranios y teresitas, además de algunos frutales, te la venden en 10 pesos.

En épocas de lluvia algunos hacen queso y todavía hay quien viaja desde la ciudad para mandarse hacer sus costuras con las lugareñas.

Me fijé que en tres casas tenían la misma pequeña mesita, con un cajón al centro, y sobre la que acomodan la jofaina de peltre. En las paredes hay fotos muy antiguas. Sabrán esos ancianos quién es el de la foto? Y claro que también hay perros, seguramente felices por tanto espacio disponible.

Al centro de la aldea está una escuela que lleva 20 años abandonada – no hay niños de primaria en el lugar – pero que todavía conserva un pequeño carrusel oxidado en el patio.

Atrás de la casa está un cerro que en la punta tiene una cruz blanca de madera, detenida por una base de cemento que tiene la fecha de 1956.

Oí algunas historias de la familia Geraldo – entre ellas las memorables azotainas que el abuelo le propinaba a Juan Carlos – y me maravillé viendo la puesta de sol.


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